Milenio Hidalgo

“DESDE HACE SEIS MESES PIDO DINERO PARA COMER...”

“Perdí a mi esposa hace dos meses (...) se llamaba María Fernanda García, se murió por la edad y por el azúcar. Se le hinchaban los pies y sufría del pulmón, por fumar. Estuvimos casados durante 60 años, ¡imagínese si no la extraño!”

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Ernesto González entra a paso lento, ayudado de su bastón, a la Basílica Menor de Nuestra Señora de Guadalupe. Lo reciben los pilares de cantera que sostienen la cúpula del centro religioso, donde la imagen de la Virgen del Tepeyac lo espera en el altar principal.

Después de su ritual, Ernesto se pone de pie en la puerta principal, casi sin moverse, con su gorra en la mano que sirve de recipiente para juntar el dinero que le dan los feligreses que visitan el lugar.

“Desde hace seis meses estoy pidiendo dinero para comer porque me dio un infarto y no puedo trabajar”, dice, mientras busca la mirada de los católicos que visitan el templo para solicitar un apoyo “aunque sea para comer”.

Las visitas son pocas, el tiempo muerto suficiente para pensar y recordar, por lo que pierde su mirada cansada hacia uno de los retablos del altar: “fue muy feliz mi infancia, porque me dediqué a jugar. Era bueno en la rayuela, con el trompo, las canicas y el balero. Tenía ocho años, pero también ayudaba a cargar las canastas de las señoras, porque siempre apoyé a mi mamá”.

Al cumplir 13 años, Ernesto fue a La Villita – cuando sólo era una capilla-, se hincó y le pidió a la Virgen que le diera trabajo, “y así fue; me hizo el primer milagro porque logré entrar a la Mina de Dolores. Ahí acarreaba el metal y lo vaciaba a las alcancías para que se lo llevaran a la Mina de San Juan, acá en Pachuca. Sólo duré tres años”, recuerda.

Tenía 16 años cuando inició su trabajo como machetero, “ayudaba a mezclar, a acarrear la arena y los botes con mezcla. Fui albañil por 50 años”, dice orgulloso.

Le entregan la primera moneda del día, misma que agradece, hace una pausa.

“Perdí a mi esposa hace dos meses”, mantiene la respiració­n y su llanto fluye. “Ella se llamaba María Fernanda García, se murió por la edad y por el azúcar. Se le hinchaban los pies y sufría del pulmón, por fumar. Estuvimos casados por 60 años, ¡imagínese si no la extraño!”, expresa adolo- rido, se limpia las lágrimas con la manga de su suéter negro y mira de reojo a la Virgen.

Ernesto vive en Real del Monte, en el Barrio de la Zorra “abajo del panteón”, y asegura que su pueblo, “dejó de ser hermoso cuando fue nombrado Pueblo Mágico, ahora está todo más caro”, dice.

Continúa platicando y no puede evitar el llanto cuando recuerda, “no pudimos tener hijos María Fernanda y yo, y estoy solo”, hace una pausa para respirar.

Hace seis meses visitó a la Virgen morena para pedirle por la salud de su esposa, pero a él le dio un infarto y “estuve casi dos meses en el hospital”, después vino la muerte de María… “Siempre me gustó, me enamoré de sus ojos y de sus trenzas que le llegaban debajo de la rodilla. Aún guardo sus rebosos, tenía como diez”.

Sabe que tiene que reunir un poco más de dinero porque llegando a casa debe alimentar a “dos gallinas, dos guajolotes, un marranito y tres perros: la Grandota, el Travieso y el Solovino”, dice, mientras ve de reojo el cielo, “y me iré pronto antes de que me agarre la lluvia”.

Ernesto toma su bastón, camina hacia el altar y pide a la Virgen: “dame salud para poder trabajar”. Sabe bien que sus pulmones se afectaron por inhalar por años el material de la mina y de la construcci­ón. Debido a su edad, a que no cuenta con Seguro Social y a que debe comprar mensualmen­te medicament­os de 250 pesos, debe pedir apoyo a la gente que visita La Villita.

A paso lento, regresa al altar para pedir un favor más a la Virgen antes de irse: “¿podría irme con María Fernanda?, porque desde hace dos meses me siento solo. Sé que me vas a escuchar Virgencita”.

Ernesto vive en Real del Monte, en el barrio de la Zorra, “abajo del panteón”

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Asegura que Mineral del Monte “dejó de ser hermoso cuando fue nombrado pueblo mágico”.

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