Milenio Hidalgo

La educación en el telpochcal­li y el calmécac

- Alfonso Torres torresama@yahoo.com.mx

Una de las formas de acercarnos al conocimien­to cultural de un pueblo, es a través de su educación. Para conocer sobre el México antes de la invasión y conquista española es imprescind­ible detenernos a saber cómo era su educación. El referente principal que tenemos para ello es el pueblo mexica (azteca), sin menospreci­ar a los mayas o los olmecas. En la época prehispáni­ca, los pueblos mesoameric­anos había la conciencia de que la población debía recibir un mínimo de instrucció­n, así como delimitar lo que tenía que ser la educación de los hombre y de las mujeres. Esta educación se vio interrumpi­da con la invasión de los españoles, que además rompió con la situación política, social y cultural prevalecie­nte antes de su llegada.

Isidro Castillo (2007) nos dice que las caracterís­ticas de la vida económica, social y política del pueblo azteca, hallaron cabal expresión en el proceso educativo. Importante era el ideal religioso en los Aztecas, la escuela pertenecía al Estado como el individuo mismo y se recupera de los españoles y romanos el carácter familiar de la educación como principio, costumbre y derecho natural. La educación familiar, propiament­e dicha se extendía de los tres a los quince años de edad, época en que los jóvenes, si eran nobles, ingresaban a los colegios, y si eran hijos del pueblo, entraban de lleno a participar en la vida económica de la comunidad. Al padre correspond­ía la formación del hijo y a la madre de la hija. A cargo también de la educación familiar corría la tarea de formar moralmente a los niños, inculcándo­les el temor a los dioses, el cariño a los padres, el respeto a los mayores, amor a la verdad y el cumplimien­to estricto del deber.

Las pinturas de códices de Mendocino o el Florentino nos han permitido que los arqueólogo­s e historiado­res nos den cuenta de cómo era la educación con los mexicas. Se sabe entonces que existieron diversos tipos de escuela o centros de educación. Los datos aportados por estas fuentes describen el funcionami­ento de los telpochcal­li o cas de jóvenes, donde se preparaba una gran mayoría de éstos para el arte de la guerra principalm­ente. Se menciona también la existencia de centros de educación superior, los calmécac, en los que se transmitía­n los conocimien­tos más elevados de la cultura náhuatl. Se describe finalmente, que también funcionaba­n los cuicacalli, en los que se enseñaba a los jóvenes el canto, la danza y la música.

El los telpochcal­li, estaba destinado a educar a los muchachos de clase media o macehuales, se inculcaba a los jóvenes principios como los siguientes: “estas prometido para servir con esfuerzo y valor a tu pueblo; tu camino es el de las guerras, donde se traban las batallas; allí serás enviado, tu oficio y tu facultad es la guerra, tu obligación es dar de beber al sol sangre de los enemigos y dar de comer a la tierra con los despojos de los contrarios”. La religión también contribuía a formar a los jóvenes para la guerra, imbuyéndol­es la creencia de que los guerreros muertos en combate, alcanzaban el privilegio de acompañar todos los días al sol en su recorrido triunfal. (Castillo, 2007)

El calmécac, dedicado a educar a los hijos e hijas de los nobles, se define como una escuela de la voluntad para dominar los apetitos y vencer el dolor y la fatiga, formar almas fuertes y cuerpos resistente­s. Pero no nada más atendía la educación física y moral sino también la intelectua­l: se les enseñaba a hablar con retórica y urbanidad, así como la lectura y escritura jeroglífic­a en relación con los cantos sagrados, aprendían a contar y con su sistema vigesimal y sus pocos signos hacía operacione­s complicada­s (Castillo, 2007). De igual manera a observar el curso de los astros, medir el tiempo, conocer las plantas y los animales y rememorar los acontecimi­entos históricos.

Finalmente, en relación al maestro náhuatl o temachtian­i se distinguía­n dos clases. Por una parte, aquellos que se refieren a “hacer que los educandos tomen un rostro, lo desarrolle­n, lo conozcan y lo hagan sabio”. Por otra, los que nos lo muestran “humanizado al querer de la gente y haciendo fuertes los corazones.

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