Milenio Hidalgo

Se detiene paso del tiempo entre comida, bebidas y tradición en el centro cultural del Ferrocarri­l

GASTRONOMÍ­A DETIENE AL TIEMPO Con música, artesanías y tradición inició este proyecto para demostrar que en Hidalgo se vive y disfruta de los alimentos de origen prehispáni­co

- Elizabeth Hernández/Pachuca

¡Échese un pulque en la xoma, hasta el fondo, sino, le toca castigo!” y así inició para muchos visitantes el primer Festival de Cocina Hidalguens­e 2018. José tomó al fondo la bebida tradiciona­l, el pulque blanco, con una hoja de maguey como recipiente, un regalo divino que se representó en los códices ancestrale­s y que a pesar del tiempo se siguen utilizando casi los mismos métodos para obtenerlo… el tiempo se detiene en el Centro Cultural del Ferrocarri­l en Pachuca.

Don Carlos y su esposa Norma destapan el primer ximbó para deleitar a los visitantes. Las hojas de maguey se desprenden solas, y el pollo con cueritos de cerdo, cubierto por nopales en cuadritos, sueltan su jugo que provoca a los comensales tomen ágilmente la tortilla –recién salida del comal- con la palma de su mano y esperen ansiosos el platillo, así como “la salsa, que no es porque presuma, pero me quedó bien buena, así con picosito rico y en su punto”, asegura Norma, mientras sirve el platillo tradiciona­l del Valle del Mezquital y que estará hasta mañana domingo para deleitar a los visitantes.

El tiempo está en pausa en este espacio. Lo que fue alguna vez la estación del ferrocarri­l, con sus muros de cantera con plafón de duela, desde ayer se convirtió en el espacio para que artesanos de diferentes municipios de Hidalgo y especialis­tas en diferentes platillos tradiciona­les, se concentren para exponer y vender sus productos hasta mañana domingo 21 de octubre. “¡Pruebe el jamoncillo hecho de semilla de calabaza, original de Hidalgo. Pruebe éste por 10 pesos, es de arándano”, dice un vendedor, en tanto que el de junto ofrece pruebas gratis de chocolate orgánico. Así, las artesanías realizadas por manos de mujeres que ofrecieron su vista en cada delicada puntada que bordaron en un trozo de tela de menos de un centímetro para crear aretes de diferentes colores que las mujeres admiran y compran por 70 pesos.

Los pasillos reciben a los primeros visitantes desde las 10 de la mañana, que ven los pequeños recipiente­s de vidrio con miel de maguey, bien apilados; o los vistosos jarrones de barro que fueron pintados a mano, y que estarán hasta mañana domingo.

Atrapa sueños, aretes, pulseras de plata, lápices de colores realizadas con troncos, piedras “que armonizará­n tu vida… este es un cuarzo para las malas vibras y las envidias”, dice otra vendedora, que explica detalladam­ente los beneficios espiritual­es y de protección que ofrece cada una de estas piedras.

La sala de espera de la vieja estación se queda congelada al conservar la ventanilla con los costos de los boletos para ir a México o Veracruz. De ahí se asoma el Sol por donde inicia la otra parte de este festival. En medio de esta fiesta de sabor, olores y colores, está inmóvil el vagón locomotora con número 3033, que permanece siendo testigo de las actividade­s que se realizan en este centro cultural, y que forma parte de la belleza de este espacio histórico.

Sobre lo que fue el pasillo de espera para ascender al tren se enfilan puestos pequeños de diferentes productore­s. “Está hecha con piel de cocodrilo, mírela bien… tenemos la cartera para el esposo o la bolsa para usted, le queda muy bien”, asegura un vendedor que comparte mesa con la señora que ofrece licor de granada. “Es muy bueno para la salud”, ofrece una prueba más a otro visitante curioso.

Y así, el pasillo se llena de pastes, de mermeladas y productos hechos por manos otomíes, por galletas, tacos de guisado o gorditas de la Villita, que ofrecen unas especiales de tierritas con queso, o chorizo. Más adelante invitan a probar un tigüis, licores de sabores exóticos como la canela, “que ayuda a que se le quite lo berrinchud­o a cualquiera”, asegura el mixólogo que ofrece sus servicios para fiestas particular­es, e invita a comprar por litros su bebida, para “las esposas”.

Hasta el fondo, un joven vende burras y rellenas de queso, “totalmente artesanal y las horneamos en leña, por eso ese sabor especial. Las traigo diario de Zempoala, allá vivo y este pan es tradiciona­l de mi pueblo, desde 1948”, explica el joven con sonrisa tímida.

A un costado, una joven entusiasta se acerca a convencer a los visitantes que pasan a visitar el parque Dios Padre, que ofrece cupones de descuento de 50 por ciento por ser visitante del Festival de Gastronomí­a. Reparte los cupones de tres en tres y asegura que las aguas termales tienen una temperatur­a de 36 grados. “Excelente para la salud y la piel”, expresa.

Del otro lado de la locomotora, el secretario de Cultura, Olaf Hernández Sánchez, degusta un taco de ximbó, junto a su equipo de trabajo, y más comensales que llegaron desde temprana hora. Saluda afectuoso a las Nanacatera­s, que sirven cuidadosam­ente en ollas de barro sus guisados: “nopalitos en salsa verde, huitlacoch­e y

tinga en este momento”, dice Cristina, mientras florentina su sobrina, se pelea con el horno de piedra en la que calentará y hará “maravillas para que los visitantes se vayan contentos de conocer un poco de la cocina de Acaxochitl­án, pero me trajeron leña verde y nos está costando trabajo que agarre calor, pero ahí vamos”, dice.

José sigue recorriend­o los pasillos de este espacio, en donde no sólo puede conocer más de su estado platicando con cada uno de los vendedores, también porque sabe que después de ese pulque que no tomó en un solo trago, como es la costumbre, tendrá que regresar a pagar su castigo y servirse un trago más de curado de xoconostle, a petición de sus amigos, a quienes les asegura “estoy asombrado por tan grandiosa gastronomí­a y bebidas. La gente es muy atenta para atender y fue una gran idea hacer este festival porque es conocer más de lo que tenemos en la entidad, porque es único y es el lugar donde orgullosam­ente nací y por eso digo ¡salud!”.

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JORGE SÁNCHEZ El pasillo se llena de pastes, de mermeladas y productos hechos por manos otomíes, por galletas, tacos de guisado o gorditas de la Villita, que ofrecen unas especiales de tierritas con queso, o chorizo. Más adelante invitan a probar un tigüis, licor de sabores exóticos como la canela, “que ayuda a que se le quite lo berrinchud­o a cualquiera”, asegura uno de los mixólogos.

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