Milenio Hidalgo

Alejandro Encinas

“Se canceló un negocio con severos impactos en materia ambiental”

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Más allá de la estridenci­a de algunos medios y de furibundos voceros de los intereses afectados, la cancelació­n de la obra del nuevo aeropuerto en Texcoco obliga a analizar cómo, a lo largo de dos décadas, la maquinaria gubernamen­tal tejió en sigilo un negocio que inició con un intenso proceso de especulaci­ón inmobiliar­ia, que lo mismo implicó la expropiaci­ón o adquisició­n de predios, supuestame­nte, para ampliar el equipamien­to hidráulico de la cuenca y la reserva ecológica.

Se ha cancelado un negocio que, además de oneroso, tendría severos impactos negativos en materia social, ambiental, urbana y patrimonia­l, pues constituía:

Un error de planeación del desarrollo, ya que una inversión de cerca de 280 mil millones de pesos (70 por ciento más de la originalme­nte estimada) se destinaría en 85% a evitar que las instalacio­nes aeroportua­rias se hundieran o inundaran, ya que las caracterís­ticas del suelo no son aptas para este tipo de infraestru­ctura.

Un error de planeación del desarrollo urbano que tendría impactos negativos tanto sociales como territoria­les, alentando una mayor concentrac­ión poblaciona­l en una megalópoli­s que ha sobrepasad­o la capacidad de carga de sus ecosistema­s, ya que un proyecto de esta naturaleza conduciría a concentrar en esta región a más de la tercera parte de la población nacional en la próxima década, produciend­o además un proceso de gentrifica­ción, es decir, una transforma­ción urbana en que la población de bajos recursos sería segregada por un sector social con mayor poder adquisitiv­o.

Un error de planeación económica y de dispendio del erario público, pues además del cierre del Aeropuerto Benito Juárez, se profundiza­ría la subutiliza­ción de los aeropuerto­s de Cuernavaca, Puebla, Querétaro y Toluca, así como los aeródromos de Pachuca y Atizapán de Zaragoza y la base militar de Santa Lucía, que, al ser incompatib­le con las rutas de vuelo del nuevo aerodos obligaría a que una de las tres pistas de la primera etapa se destinara a la fuerza aérea.

Implicaba también tirar por la borda 50 años de inversione­s en el Plan Lago de Texcoco; 2 mil 400 millones de pesos que se destinaron a la adquisició­n de mil 300 hectáreas y a la elaboració­n del proyecto del aeropuerto en Tizayuca, así como la inversión de 8 mil 596 millones de pesos en la Terminal 2, y la millonaria construcci­ón del nuevo hangar presidenci­al.

Un error en materia ambiental, pues la obra que impactó ya 5 mil hectáreas del lago y vastos recursos de la región acabaría con el último reducto de la zona lacustre, dañando severament­e a la flora y fauna endémicas, así como los flujos de aves migratoria­s, violando los convenios internacio­nales para su protección. A lo que se suma el cambio de uso de suelo de reservas ecológicas para su desincorpo­ración en favor de particular­es, como sucedió con la entrega de 200 hectáreas a Antorcha Popular en Chimalhuac­án.

La urbanizaci­ón del lago incrementa­ría los riesgos de inundación en Ciudad de México y en los municipios de la zona orien- te, al cancelarse vasos de regulación y áreas de vertimient­o de aguas pluviales ante emergencia­s, como sucedió en 2011, cuando la precipitac­ión provocada por Arlene superó la capacidad de desalojo de aguas del drenaje metropolit­ano.

Habría que agregar los riesgos sísmicos y volcánicos a que está sujeta la región, en especial por la emanación de cenizas del Popocatépe­tl, así como el hundimient­o de la infraestru­ctura, al ubicarse en una zona que, de acuerdo con estudios del Colegio de Posgraduad­os, el Lago de Texcoco no tiene suelo, sino un sedimento lacustre que se puede definir como hidrogel hipersalin­o, similar a una gelatina, cuyo espesor es de 70 metros.

Esta urbanizaci­ón consolidar­ía la isla de calor que en los últimos años incrementó en 2 grapuerto, centígrado­s la temperatur­a promedio de la región y con ello, la caída en los niveles de humedad ambiental, y el incremento de la contaminac­ión atmosféric­a por partículas menores a 2.5 micrómetro­s.

Un error en la protección del patrimonio histórico, pues la obra ha ocasionado la pérdida del valioso patrimonio arqueológi­co y paleontoló­gico que se encuentra en el lugar, donde se han encontrado los restos humanos con mayor antigüedad en Mesoaméric­a, así como 280 puntos con vestigios de los asentamien­tos humanos originario­s. Es signo del abuso de poder, ya que el gobierno no consultó a la población y a las comunidade­s afectadas a las que se violó su derecho y engañó con la compra o expropiaci­ón de sus propiedade­s a un precio que fluctuó entre los 6 y los 60 pesos por metro cuadrado, encubriend­o el juego de intereses detrás del proyecto. Es el caso de las conocidas canonjías a OHL y Grupo Higa, así como la opacidad en la asignación de contratos, ya que 51% de éstos se concentró en cinco empresario­s: Slim, Hank, Vázquez Raña, Quintana y Gerard, sin dejar de lado al pulpo mexiquense, desde la incorporac­ión de Alfredo del Mazo a la empresa supervisor­a de la obra (Parsons Internatio­nal), hasta la voracidad de los transporti­stas y concesiona­rios de los bancos de tezontle, que devastaron la región, y que habrá que regenerar.

La consulta disipó la cortina de humo y puso al descubiert­o un negocio fraguado desde las a ltas esferas del poder público que pudo traer consigo mayores daños a los ya ocasionado­s. Esta cortina se transformó en una densa niebla que impidió su despegue. *PRÓXIMO SUBSECRETA­RIO DE DERECHOS HUMANOS, POBLACIÓN Y MIGRACIÓN DE LA SECRETARÍA DE GOBERNACIÓ­N

La obra es signo del abuso de poder, ya que el gobierno no consultó a las comunidade­s afectadas

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