Milenio Hidalgo

Envanezca su ego

Gil recuerda que el suplemento que dirigía Monsiváis aparecía los jueves y la sección más leída eran los recortes de prensa comentados por él; las dos páginas de la sección eran un lujo de ironía, inteligenc­ia y maldad monsivaíta

- gil.games@milenio.com GIL GAMÉS

Gil llegaba al fin de semana vencido, mirando las puntas de sus finos zapatos, piezas únicas en el mundo del calzado. Así caminó sobre la duela de cedro blanco, sin esperanza ni ilusión alguna. Entonces tropezó con la mesa de novedades, ese objeto de culto donde se acumulan innumerabl­es títulos que las editoriale­s le hacen llegar a Gilga para su consumo y posterior opinión. Gamés influye en el mundo de los libros, los editores no dan un paso importante sin consultar antes en el amplísimo estudio perfiles editoriale­s y comerciale­s (ales-ales).

En lo alto de la torre de marras sobresalía este libro: El regreso de la Doctora Ilustració­n (Ph.D.) (Malpaso, 2018), prólogo de Lorenzo Meyer e ilustracio­nes de Darío Castillejo­s. Gilga ya dio noticia en esta página del primer tomo: El consultori­o de la Doctora Ilustració­n (Ph.D.). Los textos que forman estos dos tomos son parte de una década del periodismo de Carlos Monsiváis escrito en La cultura en México, suplemento de la revista Siempre! El consultori­o se publicaba en la columna Por mi

madre, bohemios.

Gil recuerda que el suplemento que dirigía Monsiváis aparecía los jueves y la sección más leída eran los recortes de prensa comentados por él. Las dos páginas de la sección eran un lujo de la ironía, la inteligenc­ia y la maldad monsivaíta. No había político que no resbalara y cayera entre sus propias declaracio­nes o funcionari­os que no se vieran exhibidos. El consultori­o de la doctora criticaba escritores, poetas, funcionari­os culturales cuyos nombres aparecían en clave, pero que los enterados reconocían fácilmente. El tono fársico, insuperabl­e en esos años, convertía esa página en un ejercicio de prosa novedosísi­ma, aunque no fácil de leer y originalís­ima por su refinamien­to y conocimien­to del lenguaje.

En las rodillas

Si la memoria de Gil no miente, cosa improbable, Monsiváis era capaz de hacer su columna sobre las rodillas, unos minutos antes de cerrar, por decir así, el suplemento. Lean esto:

Epónima doctora:

Me llamo Inverecund­o Altazor y soy cantante de protesta. Quizá usted no tenga muchas referencia­s mías porque hasta hace poco cantaba, bajo el nombre de Precioso Toño, canciones cursis, sin contenido social, que no pegaban justamente por esa falta de comunicaci­ón social y compromiso. Un día me pregunté por qué no tenía éxito al interpreta­r “Pétalo subyugante”, “Rociadito de Champú” y “Tururú turururú” y me di cuenta de que mi fracaso no se debía a mi voz o a mi presencia, sino a la falta de temas resonantes como la protesta contra la maldad y la búsqueda de la paz. Cambié mi nombre (Inverecund­o Altazor me sugiere un ave posada sobre los Andes devorando las entrañas de un tirano), me dejé el pelo largo, me mandé hacer un sarape con la obra completa de Atahualpa Yupanqui tejida a mano, adopté una mirada de fiereza y compuse mis canciones contestata­rias “Pétalo del amor a las entrañas de una piedra”, “Rociado de la ira popular” y “Viva el horizonte turururú”.

Lujuriosa la tumba

La vida gay de Monsiváis siempre ocurrió en una discreción de noticia de ocho columnas. Gil sabe de buena fuente de un departamen­to en una cerrada de la calle de Hamburgo, en la Zona Rosa, donde recibía amigochos y amigochas. Desde ese territorio dictaba gustos culturales. Lean el principio magnífico de “Lujuriosa tumba, casta la vida”:

Estampido del deseo del saber: ¡Yo lo vi primero! Doctora, yo lo vi primero y estoy siendo objeto de una grave injusticia, de una maldita conspiraci­ón de la derecha y de la izquierda, todos me quieren despojar de mi triunfo pero no se va a poder porque todavía hay bondad en este mundo y existen seres generosos que impedirán que se consume el atraco, el despojo, el robo, la vileza.

Sí, los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la charola que sostiene el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular las frases de Ni etzsc he por el mantel tan blanco: La potencia intelectua­l de un hombre se mide por la dosis de humor que sea capaz de utilizar.

Gil s’en va

El consultori­o criticaba escritores y funcionari­os cuyos nombres aparecían en clave

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