Milenio Hidalgo

Recuerdo sin sosiego

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com @RPerezGay

Van a perdonar esta nota personal en medio de la plaza pública. Mientras escuchaba al presidente Andrés Manuel López Obrador hablar en el Zócalo, recordé a mi hermano. Lo busqué entre la plana mayor y solo encontré nuestra memoria. Quizá usted esté enterado o enterada de esta historia: el escritor y diplomátic­o José María Pérez Gay murió a la edad de 70 años, después

de padecer una larga enfermedad neurológic­a que lo despojó de sus atributos intelectua­les y le arrancó la vida.

Después de su muerte, ocurrida el 26 de mayo de 2013, me senté a escribir un breve libro: El cerebro de mi hermano. No sé cómo lo escribí. Sé que era el único libro que podía escribir entonces, y ese libro por desgracia era sobre su enfermedad y su muerte.

Me encerré un tiempo, no sé si fueron tres meses, algo así, y traje de la oscuridad un relato en el que conté cómo viví a su lado el aterrador padecimien­to que se lo llevó, pero también mi infancia feliz en su compañía, mi juventud de primeras lecturas sugeridas por él, nuestra madurez de ilusiones y desencanto­s, la casa familiar sin un quinto partido por la mitad y nuestros esfuerzos por dejar atrás el destino con el que nos había marcado la vida y contra el que nos sublevamos con tanta furia como miedo.

Esas páginas guardan momentos duros y difíciles, como son las vidas y como suelen ser las enfermedad­es terribles, pero se trata sobre todo de una carta de amor. Algunas personas zafias e ignorantes, incapaces de verdad, no han entendido que ese relato es un homenaje en el altar de la hermandad. Fuimos buenos hermanos y mejores amigos, más de lo que creen algunos de sus seres queridos. No tienen idea. Ni siquiera la política pudo separarnos. No la menor de nuestras paradojas indica que al final la enfermedad y la muerte nos unió.

Algunos insidiosos han dicho que me fui de la boca en El cerebro de mi hermano. No saben que la literatura exige imaginació­n y libertad, pero también una verdad. Yo buscaba esa verdad dentro de mí, no sé si la encontré, pero sé que me despojé de las mentiras piadosas. Su trágica muerte me enseñó que, como decía Flaubert, todo hay que aprenderlo, incluso a morir. Desde luego, por lo que toca a la política no estábamos de acuerdo. No importa.

Como decía Flaubert, todo hay que aprenderlo, incluso a morir

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