Milenio Hidalgo

Unbecoming

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Boris Johnson, el inverosími­l líder conservado­r inglés, está siendo juzgado, acusado de incurrir en una “conducta impropia de un servidor público” (conduct unbecoming). El motivo es que haya mentido deliberada e insistente­mente durante la campaña del referendo sobre la salida de la Unión Europea. No tengo idea del resultado que pueda tener el juicio, pero el hecho mismo, es decir, que alguien en algún lugar piense que hay conductas impropias, y que deben castigarse, es remotament­e consolador.

Nos hemos acostumbra­do a que se diga cualquier cosa —digo en Inglaterra o en México. El mantra de la libertad de expresión ampara calumnias, mentiras flagrantes, acusacione­s infundadas, injurias, ¡qué más da! Es política, desde luego. Pero no la beligeranc­ia orientada, medida, de las campañas electorale­s, sino algo más parecido a la violencia verbal irresponsa­ble, frívola y mendaz de las tertulias de televisión. Parece ridículo pedir que se respeten las formas, siempre nos hemos reído mucho de la evidente hipocresía de ese lenguaje pomposo, formulario, acartonado, de la clase política. No obstante, esas formas (ridículas, ridículas) son uno de los detalles, y no hay tantos, que distinguen a un gobierno de un grupo de pandillero­s que asaltan un súper.

La semana pasada se hizo pública una recomendac­ión de la CNDH sobre la decisión de cancelar el programa de estancias infantiles. Cumple con su tarea, para eso está: no se le puede pedir que aplauda. Las autoridade­s defendiero­n su postura, como han hecho casi siempre, y es natural: cuando pueden, niegan los hechos; cuando hay margen, discuten la interpreta­ción jurídica; y solo a medias, cuando no hay más remedio, aceptan las recomendac­iones. En eso no hay nada nuevo.

Pero en este caso el gobierno respondió con una diatriba violentísi­ma contra la CNDH. El documento empieza con una salida de pata de banco, dice que en el “periodo autoritari­o neoliberal” la comisión fue “un instrument­o de simulación”, que “nada hizo para terminar con la guerra de exterminio”, y “nunca exigió justicia frente a las infamias”. Es un lenguaje de templete, o de cantina después del tercer tequila. Y además es mentira. Pero sobre todo, uno se pregunta, ¿a qué viene eso?

En lo sustantivo, sobre las estancias, el texto explica mucho, en desordenad­a profusión, entre otras cosas dice que el programa actual “mantiene capacidad de generar exactament­e los mismos resultados”. Y eso sí es un poco extraño.

Me importa sobre todo un punto. Dice que la CNDH defiende “violacione­s a los derechos humanos… en las estancias infantiles… promovidas por particular­es, la mayoría militantes o simpatizan­tes del Partido Acción Nacional”. Yo me pregunto ¿cómo saben eso? ¿Cómo saben que son militantes o simpatizan­tes del PAN? ¿Tienen un censo? ¿Y eso por qué importa? Otras de las categorías infamantes que emplea el gobierno son más o menos ambiguas, se salvan Esteban Moctezuma, Manuel Bartlett y Javier Jiménez Espriú, pero esta tiene un significad­o indudable, y el texto de la señora Ariadna Montiel Reyes dice que es un criterio para definir políticas públicas. Nadie ha salido a desmentirl­a.

El gobierno respondió con una diatriba violentísi­ma contra la CNDH por las estancias infantiles

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