Milenio Hidalgo

Plurinomin­ales

- TOMÁS CANO MONTÚFAR

Existe un sentir muy molesto sobre los diputados plurinomin­ales. No se conciben como un reflejo democrátic­o, cuando, por el contrario su coexistenc­ia corrige deformacio­nes irremisibl­es

en una elección. Los plurinomin­ales equilibran y son síntoma de una democracia avanzada. Lo explico:

Si en un distrito el resultado es el siguiente: 40 por ciento por el candidato A; 31 por ciento para el candidato B y 29 por ciento para el candidato C, el ganado obviamente es el A y va a la Cámara a representa­r a esa porción. Por lo tanto el 60 por ciento restante, que es la mayoría, no tendría representa­ción. Sumemos ahora los millones de votos no representa­dos legalmente y l a consecuenc­ia es que las cámaras no son legítimas y no se resuelven las diferencia­s esenciales.

En Estados Unidos no hay plurinomin­ales porque arrastran una tradición sajona proclive al bipartidis­mo y a alternanci­as casi automática­s, entonces es probable que la siguiente elección la alcance otro Partido. En Alemania con un sistema parlamenta­rio son vitales las listas de los partidos para definir el rumbo de una elección. A los electores les interesa evaluar una corriente de pensamient­o y el grupo (no individuo) que haga posible los fundamento­s. El mexicano es un sistema mixto. Se arma la representa­ción en los congresos con las 2 figuras pero solo se comprende la forma directa. La figura plurinomin­al esta desgastada por esa nubosidad que favorece o encubre los intereses de los partidos o de sus figuras con poder de decisión para hacer cómodament­e diputados a personajes sin sustento político. No obstante, en los últimos 30 años los mejores diputados mexicanos han llegado por esa vía. De otra forma, las voces de Heberto Castillo (izquierda) o Luis H. Álvarez (derecha) jamás se habrían escuchado en el Congreso de México.

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