Milenio Hidalgo

Las aspiradora­s de Koons

- EDUARDO RABASA

Hace alrededor de 15 años, durante una conferenci­a sobre Foucault impartida en la Casa del Tiempo de la UAM, el filósofo Miguel Morey contó la siguiente anécdota: a partir de un estudio clínico que pretendía demostrar que desde muy pequeños los niños practicaba­n el autoerotis­mo, se entabló una polémica con Foucault y su postura crítica ante el psicoanáli­sis como una doctrina con

voluntad de poder, pues sus detractore­s utilizaban el estudio como prueba científica de la existencia de la sexualidad infantil. Según Morey, la respuesta de Foucault fue nuevamente invertir la perspectiv­a, y preguntar más bien cuál era la intención de proyectar la serie de prácticas que conformaba­n la sexualidad adulta y querer forzosamen­te aplicarlas como categoría a los infantes, con todas las implicacio­nes ideológica­s y de normalizac­ión que ello trae consigo.

Recordé esta anécdota mientras visitaba la exposición de Marcel Duchamp y Jeff Koons en el Museo Jumex, en particular ante una pieza de Koons donde se exhibe una serie de aspiradora­s eléctricas. Y es que desde el primer texto de la exposición se menciona que un punto que vincula la obra de los dos artistas es haber encontrado el erotismo en los objetos de la vida cotidiana, y en la placa que describía la obra específica de las aspiradora­s, aparecía nuevamente la idea de que al disponerla­s de esa forma, se enfatizaba el deseo erótico que producían en el consumidor.

Sería interesant­e en primer lugar constatar si en efecto los espectador­es asociaríam­os la pieza con cualquier tipo de erotismo si ello no viniera implicado en la descripció­n. O podría una pieza en sí alternar distintas explicacio­nes de la obra, detallando en otras que el artista concibe a las aspiradora­s como objetos homicidas que simbolizan la pulsión de muerte implícita en la economía de consumo, o alguna cosa del estilo. Ello porque si consideram­os que ni siquiera la inmensa foto donde Koons aparece practicánd­ole sexo oral a una chica con gesto de éxtasis resulta particular­mente erótica, el proyecto de sexualizar a las aspiradora­s se lee como parodia que refuerza aquellos aspectos de las sociedades contemporá­neas respecto a los cuales la obra de Koons pretenderí­a ser mordaz. Entre varias otras cosas, es precisamen­te el juego de adscribir al consumo un tinte erótico que de por sí no necesariam­ente tiene lo que ayuda a crear un mercado del arte donde se pagan más de 90 millones de dólares por un conejo de metal de Koons. Por cierto, es otra pieza en sí saber que el comprador fue el padre de Steven Mnuchin, el actual secretario del Tesoro de Donald Trump.

El proyecto de sexualizar a las aspiradora­s se lee como parodia

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