Milenio Hidalgo

El país del Charro Matías

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Los órganos autónomos estorban, tiene razón el Presidente. Y hay muchos. Pero es que se crearon para eso, para estorbar, para poner límites en particular al Poder Ejecutivo. Es decir, en estricto sentido, para despolitiz­ar muchos asuntos. Obedecen al propósito básico de crear Estado: un sistema institucio­nal con un mandato técnico, sin inclinació­n partidista, para dar continuida­d, transparen­cia, certidumbr­e.

Discutir si había despilfarr­o es una manera como cualquier otra de perder el tiempo, y dejar de lado lo que importa. Si fuese en serio, antes de sacar la escoba y barrer con todo habría que evaluar su trabajo en sus propios términos, a partir de los criterios con que se crearon, y saber si han funcionado bien, y por qué. Y después habría que discutir si hacen falta, si es necesario, convenient­e, si es razonable que continúen operando, y cómo.

También habría que tomar en cuenta que no caben todos en el mismo cajón: hay al menos dos grandes conjuntos, que obedecen a lógicas distintas. Algunos de ellos se crearon para despolitiz­ar mercados, para poner fuera de la política las decisiones básicas sobre economía: para eso el Banco de México, por ejemplo, las comisiones de energía,

telecomuni­caciones, competenci­a. Correspond­en a lo que con propiedad se puede llamar el programa neoliberal, que sobre todo procura proteger el funcionami­ento de los mercados, y poner las libertades económicas fuera del alcance de la política. Eliminarlo­s significa someter de nuevo esas decisiones a criterios políticos, y que la economía no esté a cargo de economista­s, como ha dicho el Presidente —o sea, significa politizar la economía.

Otros de los órganos autónomos se crearon para hacerse cargo de tareas que en principio correspond­erían al aparato administra­tivo del Estado, pero en las que éste no inspiraba confianza. Esto es, se crearon para vigilar a la administra­ción o neutraliza­rla, para vigilar el respeto a los Derechos Humanos, para evaluar la política educativa, el gasto social, para garantizar el acceso a la informació­n o para organizar las elecciones. Se crearon en los últimos años del siglo, básicament­e por exigencias de la oposición, y muy especialme­nte de la oposición de izquierdas. Ofrecen, con todos sus defectos, algo así como el esqueleto de un Estado posible, uno que podría parecerse a la idea del Estado. Idealmente, en algún momento sus funciones tendrían que ser integradas al aparato administra­tivo. Eliminarlo­s sin contar con una estructura burocrátic­a capaz de proporcion­ar continuida­d, transparen­cia, certidumbr­e, significar­ía introducir nuevas dosis de desconfian­za en el sistema político. Para entenderno­s, significar­ía regresar al país de Abel Quezada, el del Charro Matías.

Por cierto, no digo que sea malo ni lo uno ni lo otro, no necesariam­ente mucho peor que esto. Pero no hay que llamarse a engaño. En cualquier caso, la supresión de los órganos autónomos sobre todo generaría incertidum­bre —de la que no se elimina con una declaració­n. Y desde luego hay motivos para pensar que se trata precisamen­te de eso, y que todo regrese al cálido ambiente de la política.

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