La marcha y las manchas
Escribo esto el domingo de una semana difícil, marcada por la violencia surgida de los más diversos campos: el ámbito local y el federal, el Poder Ejecutivo y el Judicial, la tribuna y los medios, las redes y la calle.
Para relajarme, huyo una hora de la lectura de los periódicos, me pierdo en la de un ensayo sobre la frontera México–Estados Unidos publicado por Teddy Cruz, arquitecto
estadunidense (y articulador de políticas urbanísticas en defensa de los migrantes), en la británica The Architecture Review. En él, me asalta (y me devuelve a mis cavilaciones sobre la actualidad mexicana) el párrafo que aquí traduzco:
La expresión misma “caravana” nos distrae. Transforma la particularidad de la lucha humana en movimiento abstracto, “invasión bárbara” cuya magnitud solo puede ser asida desde arriba. Cuando un inmigrante es representado de manera aérea, al interior de una masa de otros, pierde su sitio individual, su historia. Sus razones se hacen invisibles, sus derechos más susceptibles de violación. Las voces más estridentes del grupo pueden socavar el reclamo de sus derechos en el tribunal de la opinión pública. Basta arrojar una piedra para que los reclamos de miles se disuelvan en una narrativa sobre los inmigrantes “criminales” que tratan de “infestar” nuestra nación. Se trata de individuos, no de una masa… cada uno con historias y traumas que necesitan ser escuchados, cada uno detentor de derechos que necesitan ser protegidos.
Lo mismo aplica para esos activistas que hoy buscan avergonzar a quienes condenan los actos de vandalismo cometidos por unas cuantas (y unos cuantos) en la marcha del viernes pasado en Ciudad de México. El ataque a monumentos y obras de infraestructura pública no mancha solo paredes: mancha la legitimidad del reclamo social al hacerlo susceptible de cuestionamientos y descalificaciones, mancha la dignidad de las víctimas al obligarlas a protagonizar —ya mancilladas y muertas— actos de violencia.
No es que la brutalidad y el destrozo jamás puedan estar ligados a la acción de la mujer; es que son consustancialmente ajenos al verdadero ciudadano, a la verdadera ciudadana.
3) Por ahora hay un hecho preocupante: el juez decretó prisión preventiva “justificada” a Rosario Robles “por riesgo de fuga”; pero esa mujer, que pudo sustraerse de la acción judicial, no huyó, no fue capturada en cumplimiento de una orden de aprehensión, compareció libremente ante el juez y se sometió de manera voluntaria al imperio de la ley, a esa ley que le confiere el derecho de llevar su proceso en libertad.
Toda persona puede tener simultáneamente dos o más domicilios (lo que es legal y frecuente) y ello no constituye indicio de riesgo de fuga, pero el juez resolvió lo contrario.
4) Conforme a nuestras leyes la prisión preventiva justificada debe ser excepcional, por el derecho humano a la presunción de inocencia. ¿No sería suficiente imponerle localizador electrónico y retener su pasaporte?
5) Esa decisión judicial producirá efectos indeseables: cualquiera en su sano juicio (es decir, yo no) si se sabe investigado preferirá fugarse o pegarse un tiro; sobre todo si carece de dinero para pagar la obligada protección en la cárcel, y abogados que algún día lo liberen.
Termine como sea la estafa maestra, el mayor problema de México es NO CASTIGAR EFICAZMENTE LOS DELITOS, incluidos los que ahora comete con absoluta impunidad, exultante y soberbio, El Maestro de la Estafa.
La brutalidad y el destrozo, ajenos a la verdadera ciudadana