Callejón sin salida
O sea, que no hay manera ya de intentar siquiera cobrar lo que cuestan realmente los servicios porque el respetable público se solivianta y sale a la calle a destrozar mobiliario urbano, a incendiar coches, a saquear comercios y a perpetrar toda suerte de estropicios.
No hablo del pueblo malo que se apoderó de las calles de Culiacán, amables lectores, sino del populacho en general, de esas turbas de manifestantes que han sembrado el caos en el Ecuador de don Lenín Moreno y en el civilizado Chile de Sebastián Piñera. Este último país, de pronto, ya no nos parece tan apacible a quienes llevamos años enteros invocándolo como un oasis de armónico bienestar en el agitado panorama de nuestro subcontinente, es decir, una excepción en una Latinoamérica que prácticamente no progresa —o, por lo menos, no como debiera o como se espera en vista de sus presuntas potencialidades— y cuyos ciudadanos, encima, se aprestan crecientemente a dejarse engatusar por el canto de los populistas.
El presidente de Chile reculó y ya no les aplicó a sus inconformes ciudadanos el alza a las tarifas del metro que les acababa de recetar. Pues, la protesta social no ha parado porque la gente ya no sólo expresa su descontento con esta medida sino que se sigue sublevando ante la realidad de los bajos salarios, las pensiones que no alcanzan para vivir dignamente y —vaya sorpresa— la progresiva amenaza de la delincuencia.
Ecuador acaba de emerger, justamente, de una aventura populista financiada por una fugaz bonanza. Al final, sin embargo, las cuentas hay que pagarlas y los subsidios se vuelven incosteables. Por eso decidió el Gobierno del antedicho Lenín (sus padres como que exageraron un poco en el momento de llevarlo a la pila bautismal pero, qué caray, el hombre llegó a ser el supremo mandamás de toda una nación a pesar de todos los pesares) cuadrar los números e intentar que los consumidores dejen de pagar la gasolina a precios ficticios.
Pero, no parece haber salida a estas situaciones, con el perdón de los millones de individuos a los que el actual modelo económico ha dejado de lado, porque el dinero que recauda el Estado simplemente no alcanza y la globalización, por su parte, ha instaurado un sistema de feroz competitividad. ¿Qué hacemos?
La globalización ha instaurado una competitividad feroz