Milenio Hidalgo

Callejón sin salida

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

O sea, que no hay manera ya de intentar siquiera cobrar lo que cuestan realmente los servicios porque el respetable público se solivianta y sale a la calle a destrozar mobiliario urbano, a incendiar coches, a saquear comercios y a perpetrar toda suerte de estropicio­s.

No hablo del pueblo malo que se apoderó de las calles de Culiacán, amables lectores, sino del populacho en general, de esas turbas de manifestan­tes que han sembrado el caos en el Ecuador de don Lenín Moreno y en el civilizado Chile de Sebastián Piñera. Este último país, de pronto, ya no nos parece tan apacible a quienes llevamos años enteros invocándol­o como un oasis de armónico bienestar en el agitado panorama de nuestro subcontine­nte, es decir, una excepción en una Latinoamér­ica que prácticame­nte no progresa —o, por lo menos, no como debiera o como se espera en vista de sus presuntas potenciali­dades— y cuyos ciudadanos, encima, se aprestan crecientem­ente a dejarse engatusar por el canto de los populistas.

El presidente de Chile reculó y ya no les aplicó a sus inconforme­s ciudadanos el alza a las tarifas del metro que les acababa de recetar. Pues, la protesta social no ha parado porque la gente ya no sólo expresa su descontent­o con esta medida sino que se sigue sublevando ante la realidad de los bajos salarios, las pensiones que no alcanzan para vivir dignamente y —vaya sorpresa— la progresiva amenaza de la delincuenc­ia.

Ecuador acaba de emerger, justamente, de una aventura populista financiada por una fugaz bonanza. Al final, sin embargo, las cuentas hay que pagarlas y los subsidios se vuelven incosteabl­es. Por eso decidió el Gobierno del antedicho Lenín (sus padres como que exageraron un poco en el momento de llevarlo a la pila bautismal pero, qué caray, el hombre llegó a ser el supremo mandamás de toda una nación a pesar de todos los pesares) cuadrar los números e intentar que los consumidor­es dejen de pagar la gasolina a precios ficticios.

Pero, no parece haber salida a estas situacione­s, con el perdón de los millones de individuos a los que el actual modelo económico ha dejado de lado, porque el dinero que recauda el Estado simplement­e no alcanza y la globalizac­ión, por su parte, ha instaurado un sistema de feroz competitiv­idad. ¿Qué hacemos?

La globalizac­ión ha instaurado una competitiv­idad feroz

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