Canciones para el señor Presidente
No es nuevo. Desde los años del PRI más demagógico y populachero, las visitas presidenciales se celebran artísticamente: la poesía declamada con teatralidad, la expo con dibujos de niños a mayor gloria, la danza y la música. ¿Son manifestaciones espontáneas? Frecuentemente, sí, y me parece que esa espontaneidad dice algunas cosas buenas de nuestro país y muchas, muchas cosas malas. Dice, por ejemplo, que somos todavía un país atado al caudillismo, al menos en sus zonas más pobres, y que entre los pobres, para conseguir las medicinas, fertilizantes o carreteras que les corresponden como ciudadanos, más vale hacer ruido, llamar la atención, jugar la carta de la empatía, componer una canción para el señor presidente, y ver si éste deja de ser un padre ausente y se vuelve un padre benefactor.
En este sentido, el video sonrojante de López Obrador en Oaxaca, rodeado de criaturas uniformadas, sentaditas, con tambores, que canturreaban una especie de porra, puede ser tranquilizador: no, no se parece realmente a Corea del Norte sino, nada más, a nosotros mismos. A nuestro pasado miserable, condescendiente, patriarcal, que no se va nunca.
Lo que inquieta del video es que habla de un presidente, y de todo un aparato de gobierno, sin principio de realidad. De acuerdo, llegas a una población y resulta que te armaron una celebración. De acuerdo, te entregas, como siempre, a ese spa emocional del baño de pueblo. Bien: acto seguido, haces hasta lo imposible porque el video no llegue a redes sociales. Porque acaba de morir gente en Culiacán. Porque la población sigue muerta de miedo. Porque acabas de liberar al hijo del Chapo, una medida obligada porque tienes tan poco control sobre la violencia que, sí, la alternativa era una masacre mayor de la que hubo. Porque en vez de irte a Sinaloa te fuiste a Oaxaca en un avión comercial, incomunicado. O sea, si no por pudor, o por decencia, escondes ese video por estrategia.
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Me viene a la memoria una cita de Jorge Ibargüengoitia, de Los relámpagos de agosto: “Pero nunca se sabrá qué tan perdida estaba la cosa, porque nadie intentó componerla”.