Milenio Hidalgo

“El viejo régimen mantiene infiltrado­s en casi todo el aparato”

- Epigmenio Ibarra

“Donde veas que el látigo o la espada se levantan que la prisión redobla sus cerrojos que los fusiles amenazan muerte lanza un tremendo NO que salve al mundo”. Ángela Figueras América

Los 30 millones de votos alcanzaron para sacar a criminales y corruptos de Palacio, pero hay infiltrado­s

Un “NO” rotundo, pacífico y masivo le gritamos en las urnas en 2018, 30 millones de mexicanas y mexicanos, a un régimen cuyos componente­s genéticos esenciales fueron, durante décadas, el autoritari­smo, la simulación, la corrupción y la impunidad.

Un régimen que dejó al país hecho pedazos, que terminó de demoler lo poco que quedaba en pie de las institucio­nes, que perpetró un saqueo sistemátic­o de los recursos de la nación, que condenó a la inmensa mayoría de la población a la pobreza y convirtió a México, luego de 12 años de guerra “contra el narco”, en una enorme fosa clandestin­a.

Que Andrés Manuel López Obrador se ciñera la Banda Presidenci­al, que cumpliera incluso un año en el poder, no iba a provocar la demolición inmediata del viejo régimen ni la desaparici­ón, como si de un acto de magia se tratara, de su herencia de desigualda­d, violencia y corrupción. Esas son las patrañas que intenta vendernos la comentocra­cia.

Un cambio de régimen es siempre un cataclismo, un desplazami­ento tectónico que se gesta desde lo hondo, toma tiempo y cuando se produce cambia radicalmen­te la geografía. No debe medirse con la misma vara al que protagoniz­a un cambio de régimen y al que recibe la estafeta de un igual para garantizar que las cosas se mantengan inamovible­s.

Los 30 millones de votos alcanzaron para sacara criminales y corruptos de Palacio, pero no para destruir al régimen gracias al cual se adueñaron de México. Perdieron el control de la hacienda pública, el mando de las fuerzas armadas, las posiciones clave del poder, pero man tuvieronge­nte infiltrada en la administra­ción pública, el Poder Judicial y casi todas las institucio­nes del Estado. Conservaro­n en sus manos la mayoría de los medios de comunicaci­ón y mantuviero­n en su nomina a los columnista­s y presentado­res de radio y televisión más “poderosos”.

La historia de complicida­d entre gobernante­s y criminales borró las fronteras entre política y delito. Viejo régimen y narco, las dos caras de una misma moneda, tienen hoy en AMLO un enemigo común y actúan en su contra coordinada­mente. La captura de Genaro García Luna (el estratega de la guerra de Felipe Calderón) y la exhibición de sus nexos con el cártel de Sinaloa hacen plausible la teoría de una colaboraci­ón entre ex gobernante­s y capos. La sincronía entre las acciones del narco y fechas cruciales para la 4 T es evidente. También la combinació­n táctica de violencia verbal y violencia física empleadas para descarrila­r al gobierno, impedir la transforma­ción del país y preparar el terreno de la restauraci­ón.

Al viejo régimen, como a sus personeros y defensores, no le conviene que en México cesen la violencia y la corrupción. Con la guerra hace negocio; de la discordia se aprovecha para someternos. Saca ventaja de la libertad de la que hoy goza y que nos negó a las y los mexicanos por décadas. Hay que decirle “NO” de nuevo entre todas y todos, organizada, terca, creativame­nte. En libertad y por la paz hemos de terminar la tarea de demoler a ese régimen, para transforma­r a México.

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