Milenio Hidalgo

Freudiana

- NICOLÁS ALVARADO

S i alguien quiere aprovechar­se del paro para fregar a López Obrador, pues López Obrador, que es bastante listo, podría entender mejor las cosas y sumarse al paro”. No lo digo yo. Ni lo dice Carlos Loret de Mola o Gustavo de Hoyos. Ni Marta Lamas o Jacqueline Peschard. La frase es de una figura que, además de ser mujer, es identifica­da hace lustros como cercana a los valores políticos de Andrés Manuel López Obrador: Carmen Aristegui. Y otro tanto puede decirse de quien publicara ayer una sucesión de tuits en los que argumenta que #UnDiaSinMu­jeres es “una propuesta auténtica que ha crecido espontánea­mente” y que “ya ha levantado y unido nuestros entusiasmo­s, ya camina, ya existe…”: Sabina Berman, otra adicta de la 4T, quien dirige ese discurso a Irma Eréndira Sandoval, no solo Secretaria de la Función Pública sino esposa de John Ackerman, ideólogo del lopezobrad­orismo y compañero de Berman en un programa televisivo que difunde ese ideario.

Mientras evita pronunciar el nombre de Fátima —la víctima de uno de los feminicidi­os más terribles de tiempos recientes— y descalific­a las protestas al tildarlas de artimaña de la derecha en la que “aparecen personajes racistas, clasistas, corruptos, represores como feministas”, el presidente ve su popularida­d descender: de acuerdo a Consulta Mitofsky, ha perdido más de dos puntos del 1 de enero al 21 de febrero, lo que lo sitúa en 55.1 por ciento que, si bien todavía alto, constituye el resultado más bajo de su gestión.

¿Qué lleva a López Obrador no solo a distanciar­se de, sino de plano a satanizar, el movimiento feminista? ¿Por qué no está dispuesto a abrazar una causa cuyo sostén le supondría nulo costo político y sí muchos beneficios? Cierto es que la ola de feminicidi­os evidencia fallas en la política de seguridad y educativa y en el sistema de impartició­n de justicia. Pero también que los planteamie­tos de las protestant­es no se han movido por esos derroteros y que la agenda de género hoy parece enarbolar más reivindica­ciones sociales que políticas.

La respuesta parecería anidar en el inconscien­te del Presidente. Eso es de preocupar a propios y extraños. Y a propias y extrañas.

¿Qué lleva a López Obrador a satanizar el movimiento feminista?

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