La protesta y la violencia
Pmedio ara el poderoso sólo hay un válido de protestar: la no-protesta. La instauración del pacifismo y del make love not war –discursos surgidos desde la indignación y el hartazgo– en la agenda política, nos ha condenado –a una generación cuyo futuro está cancelado– a combatir la violencia sistémica y el terror de la incertidumbreylaamenazaconstante,con mediosquesólopreservanalaparatoque promueve nuestra condición de subalternidad. Fuimos, pues, condenadxs a la inacción o, peor, a combatir con playeras blancas y marchas silenciosas al poderosoquenoshanegadotodo:desdeelacceso a una vida digna, hasta el derecho de vivir en paz. La protesta pacífica, por más simbólica y masiva que sea, funge como una herramienta al servicio del poder, en tanto le permite simular una operación de cambio en su discurso y agenda políticos a prácticamente ningún costo. Desde el 2011, las protestas de movimientos “de playera blanca” como No+Sangre y el
MovimientoporlaPazconJusticiayDignidad, lograron introducir en el argot de políticos, servidores públicos y, aspirantes,elterriblelenguajedeladesaparición, del asesinato, la sangre, s violaciones, feminicidios, fosasclandestinasydeladesesperanza; pero de forma inocua, vacía. A pesar del terror que evidenciaron las Caravanas por la paz y el hasta ahora casi silencioso trabajo de colectivos de búsqueda de desaparecidos, la empatía del poderoso parece imposible desde su ejercicio político. ¿Qué sigue, cuando todo intento porhacerquelascosassucedandemanera distinta ha fracasado? ¿Qué hacer ahora, latensacalmaqueloprecede._ cuando no parece haber ya panorama dondecolocaralapazcomounpersonaje de nuestra cotidianidad? ¿Qué hacer con larabia,lafrustraciónyelmiedo?Lasoluciónparece,sí,elestruendo.Yyasesiente