¿Morir de hambre o vivir hambriento?
Hay ostracismos que indulta el tiempo. Acerca del de Knut Hamsun la Academia cedió distinguiéndolo con el Premio Nobel de Literatura en 1920 después de marginarlo por apoyar a Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Thomas Mann, Máximo
Gorki, Henry Miller, Ernest Hemingway y Charles Bukowski lo honraron; estaba convencido de que refugiarse en la lógica o la erudición no bastaba para eludir la locura, el hambre y la pobreza.
Hambre (Ediciones De La Torre, 2016), primer libro publicado de Hamsun, narra la inanición de un escritor del cual nada sabremos aparte del hecho de que va errante por las calles de Cristianía, antigua capital de Noruega, actualmente Oslo, y lo que podamos intuir. Es una lucha desesperada en pos de amainar el hueco que provoca la hambruna. El protagonista adopta en su debilidad física una filosofía en la que rige la intención del pensamiento: sobrevivir.
La desnutrición representa en el libro de Hamsun una partida doble: interior y exterior. A falta de alimento, el personaje utiliza la palabra como recurso de subsistencia: comer es antes que necesidad solo un golpe de suerte y ruega que cada día suceda. A continuación de este texto, el proyecto de sus obras venideras fue ambicioso: de exponer al hombre contra el mundo, escribe La bendición de la tierra (Nórdica Libros, 2015), que lo venera.
Las simpatías políticas, además de opacar al sujeto, descalificaron la novela. Hemsun quedó relegado décadas por simpatizar con el régimen nazi: abiertamente rechazado y condenado, encontró absolución. “Era un individualista feroz, con un punto aristocrático, que abominaba la industrialización y desdeñaba la democracia. (…) Visceralmente anticomunista. En los años treinta, se decantó abiertamente por Vidkun Quisling, quien encarnó en Noruega el proyecto totalitario del nazismo”, apunta José Andrés Rojo.
Lo que atribuiríamos a Hamsun de imperdonable resulta irrelevante cuando nos referimos al escritor; la ideología no condiciona si una trayectoria merece reconocimiento. En Hambre, nada de lo humano parece ajeno, proyectándose primero en el título. Debe separarse el quehacer prosístico del juicio moral y esgrimir argumentos en torno a lo tangible, o sea, la obra escrita: un legado de maestría indiscutible que prospera.
A falta de alimento, el protagonista utiliza la palabra como recurso de subsistencia