Milenio Hidalgo

De Napoli

- JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ DE QUEVEDO

N inguna ciudad se ha parecido tanto a un futbolista como Nápoles a Maradona. Ni la porteña Buenos Aires, ni el ribereño barrio de la Boca, guardan tantas similitude­s como las que esta caótica y escandalos­a ciudad del sur de Italia, encontró en su rebeldía. Fueron sus goles y jugadas las que cautivaron al napolitano, pero sobre todas las cosas, fue su constante y sensible reclamo al poder del norte italiano, lo que le convirtió en algo más que el ídolo de una población que tendía las enaguas de las abuelas en los balcones, comía pasta en las banquetas, mezclaba el puerto con vino y Coca Cola, ahumaba las calles con sardinas, pintaba con dioses las paredes, escondía bandidos en sus capillas y huía del arte, la dolce vita y la moda; mientras dominaba con educada pierna izquierda al calcio en su época dorada.

Maradona sometió a los señores de Milán y Turín, repletos de millones, holandeses y alemanes, como ningún gobernante se había atrevido en la breve historia de la “Repubblica”. Aquel Nápoles celestial convertía al salitroso San Paolo en portero del infierno. Entre tanta pólvora, azufre y bengala, apenas podía percibirse algo que no fuera el diez. Sin embargo, existía un jugador que gozaba de una caracterís­tica casi nunca vista en el mundo del futbol, tenía el nombre del equipo y la ciudad: se llamaba Fernando y se apellidaba De Napoli. Mientras todos volteaban a ver a Maradona, algunos seguíamos al incombusti­ble De Napoli que, literalmen­te, llevaba al club en sus espaldas: era un jugador ciudadano. Nacido en Avelino, los mejores años de su carrera no los jugó al lado, sino detrás de Maradona. Dos Scudettos, una Copa de Italia, una Supercopa y una Copa de la UEFA, le consagraro­n como uno de los desconocid­os más célebres del fútbol italiano. Selecciona­do nacional y mundialist­a en 1986 y 1990, De Napoli configuró junto a Salvatore Bagni uno de los mecanismos de seguridad más complejos del futbol: dentro del campo, se encargaban de cuidar al mejor del mundo. Nápoles fue un equipo antes y después de Maradona, y Maradona, nunca fue el mismo después de jugar con Fernando De Napoli. El apellido de aquel fibroso mediocampi­sta, es una pieza olvidada de la historia del futbol.

Mientras todos volteaban a ver a Maradona, algunos seguíamos a De Napoli

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