“Nicholas Trist culminó la compra del norte mexicano”
Nicholas Trist, quien negoció el Tratado de Guadalupe Hidalgo, por el cual Estados Unidos se apoderó de la mitad del territorio nacional, fue nieto político del presidente Thomas Jefferson.
En la anterior columna, escribimos sobre la relación de Jefferson con el explorador Alexander von Humboldt, quien involuntariamente le proporcionó información de inteligencia, vital para los planes expansionistas de Estados Unidos. Al respecto, el embajador Ricardo Villanueva Hallal nos hizo notar el parentesco de Jefferson con Trist, el negociador estadunidense del Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo de 1848.
Resulta curioso que el sueño expansionista iniciado por Jefferson con la compra de Luisiana lo culminó 45 años después Nicholas Trist, esposo de su nieta Virginia, con el apoderamiento del norte de México.
Pero a pesar de tan exitosa negociación para la Unión Americana, Trist fue cesado por el presidente James Polk al desobedecersusinstruccionesalconsiderarquenohabíaextraído más territorio, pero de todos modos el negociador estadunidense firmó el tratado sin incluir la península de Baja California, entre otras regiones reclamadas, y ratificado por ambos congresos.
Trist sentía vergüenza por el abuso de la fuerza por parte de su propio gobierno, con pretensiones territoriales sin límites, a expensas de un país débil.
A la nieta de Jefferson, Virginia Trist, se le atribuye la versión de que cuando iban a suscribir el tratado, el negociador mexicano, Bernardo Couto, le dijo a su esposo:
“Este debe ser un momento de orgullo para usted, orgullo equiparable a lo humillante que es para nosotros”. Más tarde, Trist escribió a Virginia:
“Si los mexicanos hubieran podido ver mi corazón en ese momento, se habrían dado cuenta de que mi sentimiento de vergüenza como americano era mayor del que ellos tenían como mexicanos”.
Sin embargo, para el ambicioso Polk, Trist había conseguido una cesión menor de territorio mexicano de la que hubiera deseado y Trist sentía que su conducta se debatía entre su conciencia y su sentido de justicia.
“Mi objetivo —escribió Trist— no fue el de obtener todo lo que yo pudiera, sino por el contrario, firmar un tratado lo menos opresivo posible para México y que fuera compatible con ser aceptado en casa (Washington).
“En esto fui gobernado por dos consideraciones: una era la injusticia de la guerra, como un abuso de poder de nuestra parte; y la otra, que entre más desigual fuese el tratado contra México, más fuerte sería la oposición a ser aprobado por el Congreso mexicano”.
Al regresar a Washington, Trist fue cesado y pasó muchas penurias económicas. Consiguió trabajo en la oficina de correos, lo que le permitió tener una pensión modesta hasta el final de su vida, en 1874.
Entre “el deber y la conciencia”, como tituló Alejandro Sobarzo Loaiza la biografía que escribió sobre Nicholas Trist, el negociador estadunidense merece nuestro respeto por haber actuado con integridad, como lo comentó el embajador Villanueva. Honor a quien honor merece.
En la debacle mexicana del siglo XIX hubo momentos cruciales que pusieron a prueba a diplomáticos de ambos lados. No hay que olvidar la lección: ayer como hoy, algunos negociadores, ambiciosos, defienden más intereses personales que nacionales. La historia los pondrá en su lugar.
Él sentía vergüenza por el abuso de EU, con pretensiones territoriales sin límites