Milenio Hidalgo

“Monocordio con Blanco Palamera, música trasatlánt­ica”

- JORGE F. HERNÁNDEZ

Blanco Palamera es un dúo con cara de trío. Me explico: Manuel Blanco y Xoán Domínguez son dos gallegos iluminados que tomaron de sus apellidos la mancuerna que da nombre a su proyecto musical, mismo que se completa con el bajo en cuatro cuerdas de Sebastián Hernández. Dos gallegos y un mexicano que a menudo toca con la tilma guadalupan­a sobre sus hombros, mientras ellos son magos de Santiago de Compostela envueltos en blanco y negro, anillos como de obsidiana y una música que embelesa. Su primer disco,

Promesas resultó reconocido entre los diez mejores discos de 2019 en España y el amplio auditorio por todas las kilométric­as redes de Spotify augura buena recepción en su primera gira por México, que empieza hoy mismo en la CdMx.

Blanco Palamera confirma su alternativ­a de manos de Monocordio, ese otro trío con cara de clones, donde el dúo de Arreolas (Alonso y Chema) parecen espejo de las carcajadas y cabelleras de Fernando Rivera Calderón, cronista musical de México. A mí me da Nostalgia de futuro recordar las primeras cuerdas de Monocordio y saber que han cuajado en un grupazo de referencia­s infalibles, donde el virtuosism­o del bajo, el ingenio de las letras, el ritmo que funde ritmos los ha madurado como buenos vinos o mezcales, canas al aire y adrenalina pura. Nostalgia de futuro es el colmo de la melancolía, es el sueño del insomne, la utopía palpable y las ganas de llorar… de pura felicidad. Algo que en gallego podría traducirse como

Morriña do futuro que me causa ver a Blanco Palamera abrir las alas como si volaran ahora desde la Pirámide del Sol en un remolino digno de la Piedra del Sol donde se funden los sabores de tanto manjar de Galicia con todas las salsas que transpira México. Morriña

do futuro de tan solo imaginar toda la música entrelazad­a que hoy mismo sobre el escenario mítico de El Vicio unirá a Monocordio con Blanco Palamera: música trasatlánt­ica que une los muchos acentos del idioma español, los fantasmas góticos del México de siglos y las meigas policromad­as de la neblina cercana a Santiago de Compostela; las llamas de una bebida que se bebe en vianda de barro y el caballito encendido de los tequilas que parecen cantar a dos voces con Rivera Calderón o los Arreola clonados en la mejor vibra del afecto, en el entrañable entramado de su música y en el espejo del tiempo, el vaivén de Palamera en la voz de Manu Blanco, cuando se eleva en agudos imposibles o murmura reclamos amorosos, en las percusione­s del talentosís­imo Xoán Domínguez cuando parece que convierte cualquier cajón en batería o una maleta llena de ropa sucia en bombo para una batucada… y el bajo, como taquicardi­a y a veces como oleaje de Sebastián, el Bastián mexicano que se entiende con dos gallegos y juntos han conquistad­o toquines a la vera del mar y en no pocas calles y callejones de Madrid.

He visto a Monocordio de lejos y al filo del escenario, los llevo en la memoria como sismografí­a pautada para una nerviosa máquina de escribir o en la delicada manera con la que han musicaliza­do poemas de nubes y cicatrices del amor. Los he visto en la distancia y juro que han de conquistar Madrid de retro al quite con el que ahora abren las puertas de México a los Palameros, a quienes también he visto de lejos y de tan cerca que se queman las yemas de los dedos por intentar acompañarl­os siempre, morriña do futuro, sabiendo que vuelan ya solos por una galaxia cibernétic­a de escuchante­s y escuchas que los siguen sobre un ancho mapa donde Spotify informa que se concentran en Puebla como en Santiago, en Querétaro o en La Coruña, tal como Monocordio va del trópico a la urbe y del llano a las lagunas y así también Blanco Palamera por Lavapiés y en el Barrio de las Letras de Madrid para despertar al filo de una neblina en ese campo de estrellas donde dicen que llegó volando el cuerpo iluminado de un apóstol.

Los abrazo a los seis, a esos tres que se multiplica­n en Monocordio y que quiero verlos cuanto antes en su esperada ebullición madrileña y española; y a los tres que se elevan bajo el nombre de Blanco Palamera, incluido el feliz desdoblami­ento donde el gallego Xoán Domínguez se une a Sebastián Hernández a dúo con Santiago, para llamarse Zuaraz como palíndromo de sus apellidos, seis que son siete, que somos todos los que tarde o temprano hemos de celebrar en medio del silencio la feliz nostalgia de estar unidos —incluso de lejos— por la música.

Morriña do futuro: lanzar por encima de los mares una alfombra de claveles por donde quiero que floten triunfante­s las músicas y arcángeles de Monocordio y Blanco Palamera… porque parece que fue ayer que empezaron a tararear por primera vez las claves secretas que infunden tanta vida a la vida misma.

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JORGE F. HERNÁNDEZ

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