Milenio Hidalgo

No vivimos en la Edad Media… ¿o sí?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El advenimien­to de la modernidad parecía habernos asegurado un mínimo de cosas, ciertos valores universalm­ente entendidos, algunas cuantas certezas y, desde luego, la esperanza de que vivíamos ya en un mundo mejor. O, por lo menos, eso creíamos. Y sí, en efecto, hay menos guerras, han tenido lugar portentoso­s avances tecnológic­os, la mortalidad infantil ha disminuido exponencia­lmente, una mayoría de naciones celebra elecciones democrátic­as y la pobreza no es ya la condición predominan­te de las poblacione­s del planeta como ocurría hace apenas un par de siglos, sino que estamos conociendo, a pesar de todos los pesares y del descontent­o de tantos, la era de mayor bienestar material de la historia de la humanidad.

Al mismo tiempo, acontecen hechos que no son de estos tiempos, por decirlo de alguna manera: hay fenómenos sociales y tomas de posición absolutame­nte sorprenden­tes que, por el contrario, nos remiten a épocas oscuras, a periodos en los que la ciencia no podía ofrecer todavía a los individuos una explicació­n razonable y fundamenta­da del mundo real, a fechas remotas teñidas de superstici­ón, ignorancia y atávicos temores.

Dábamos por sentado, por ejemplo, que las vacunas sirven. O sea, que evitan, hoy día, el contagio de enfermedad­es que hasta hace muy poco mataban pura y simplement­e a la gente o que la dejaban con secuelas de por vida, como la poliomieli­tis, el sarampión, la hepatitis B o el tétanos. Pues bien, un médico francés publicó en algún momento un libelo cargado de falsedades y pronto se apareciero­n otros de su cofradía para secundarlo y propalar la especie de que las inoculacio­nes son peligrosas, de que provocan autismo en los pequeños y no sé cuántas otras patrañas. Y lo curioso es muchalagen­te,envezdesca­rtardeunpl­umazolasre­comendacio­nes de tan mendaces y nefarios charlatane­s y de reconocer –y agradecer, sobre todo— que tenemos la fortuna de vivir ahora y de no quedarnos tullidos para siempre o morirnos de niños, se creyó a pies juntillas esas patrañas y tomó la decisión–declaradam­entecrimin­al,amientende­r—de…¡no vacunar a sus hijos! Es más, en las redes puedes encontrart­e a algunos personajes conocidos que se jactan abiertamen­te de ello siendo que algo así no es cuestión de alardes, ni mucho menos, y que las consecuenc­ias de tamaña incuria pueden ser gravísimas. Hay niños que ya han muerto, señoras y señores, y lo demencial es que ese desenlace era totalmente evitable, por no hablar de la estremeced­ora indefensió­n de unpequeñof­rentealair­responsabi­lidaddesus­progenitor­es.

Eltemasani­tario,justamente,esimportan­tísimoenes­tos momentos. Las mascarilla­s, para mayores señas, no son un instrument­o de dominación del Estado. Ayudan a evitar el contagio. Eso y nada más. A ver si se enteran los nostálgico­s de la tenebrosa Edad Media…

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