No vivimos en la Edad Media… ¿o sí?
El advenimiento de la modernidad parecía habernos asegurado un mínimo de cosas, ciertos valores universalmente entendidos, algunas cuantas certezas y, desde luego, la esperanza de que vivíamos ya en un mundo mejor. O, por lo menos, eso creíamos. Y sí, en efecto, hay menos guerras, han tenido lugar portentosos avances tecnológicos, la mortalidad infantil ha disminuido exponencialmente, una mayoría de naciones celebra elecciones democráticas y la pobreza no es ya la condición predominante de las poblaciones del planeta como ocurría hace apenas un par de siglos, sino que estamos conociendo, a pesar de todos los pesares y del descontento de tantos, la era de mayor bienestar material de la historia de la humanidad.
Al mismo tiempo, acontecen hechos que no son de estos tiempos, por decirlo de alguna manera: hay fenómenos sociales y tomas de posición absolutamente sorprendentes que, por el contrario, nos remiten a épocas oscuras, a periodos en los que la ciencia no podía ofrecer todavía a los individuos una explicación razonable y fundamentada del mundo real, a fechas remotas teñidas de superstición, ignorancia y atávicos temores.
Dábamos por sentado, por ejemplo, que las vacunas sirven. O sea, que evitan, hoy día, el contagio de enfermedades que hasta hace muy poco mataban pura y simplemente a la gente o que la dejaban con secuelas de por vida, como la poliomielitis, el sarampión, la hepatitis B o el tétanos. Pues bien, un médico francés publicó en algún momento un libelo cargado de falsedades y pronto se aparecieron otros de su cofradía para secundarlo y propalar la especie de que las inoculaciones son peligrosas, de que provocan autismo en los pequeños y no sé cuántas otras patrañas. Y lo curioso es muchalagente,envezdescartardeunplumazolasrecomendaciones de tan mendaces y nefarios charlatanes y de reconocer –y agradecer, sobre todo— que tenemos la fortuna de vivir ahora y de no quedarnos tullidos para siempre o morirnos de niños, se creyó a pies juntillas esas patrañas y tomó la decisión–declaradamentecriminal,amientender—de…¡no vacunar a sus hijos! Es más, en las redes puedes encontrarte a algunos personajes conocidos que se jactan abiertamente de ello siendo que algo así no es cuestión de alardes, ni mucho menos, y que las consecuencias de tamaña incuria pueden ser gravísimas. Hay niños que ya han muerto, señoras y señores, y lo demencial es que ese desenlace era totalmente evitable, por no hablar de la estremecedora indefensión de unpequeñofrentealairresponsabilidaddesusprogenitores.
Eltemasanitario,justamente,esimportantísimoenestos momentos. Las mascarillas, para mayores señas, no son un instrumento de dominación del Estado. Ayudan a evitar el contagio. Eso y nada más. A ver si se enteran los nostálgicos de la tenebrosa Edad Media…