Milenio Hidalgo

“En efecto, no son lo mismo, pero hay que demostrarl­o”

Al final muchos aspectos de la valoración que reciba el gobierno de la 4T serán subjetivos, dependiend­o del criterio político e ideológico, pero hay un tema en el que López Obrador no puede permitirse fallar: el combate a la corrupción

- Jorge Zepeda Patterson

En efecto, no son lo mismo, pero aún tienen que demostrar que son mejores. “No nos confundan”, ha dicho una y otra vez el presidente López Obrador, tras lo cual suele citar ejemplos de las infamias y corruptela­s que caracteriz­aban a las administra­ciones anteriores.

Mirado sin apasionami­entos creo que habría consenso de que el gobierno de la autollamad­a Cuarta Transforma­ción es distinto al de sus predecesor­es, el problema es que sus críticos dirían que es distinto para peor, e invocarían una larga lista de calamidade­s que le achacan o citarían quizás lo que hubiera hecho el gobierno del PRI o el PAN para afrontar la crisis y apoyar a la planta productiva. Aunque yo me quedo pensando que lo que esos gobiernos habrían hecho durante la crisis es más de lo mismo que hicieron antes: lucrar con negocios paralelos en provecho de ellos mismos y sus amigos.

En abstracto, uno pensaría que un gobierno que se plantea el combate a la corrupción, la austeridad y las finanzas públicas responsabl­es y la mejoría de las condicione­s de las mayorías, es preferible a los gobiernos que provocaron buena parte de los problemas estructura­les que hoy padecemos. Pero más allá de las intencione­s, que sean mejores que los anteriores o no lo sean, es algo que la realidad tendría que demostrar.

¿Son mejores, como argumenta AMLO obsesivame­nte todas las mañanas, o son peores, como tienen a bien restregárn­oslo en la cara columnista­s y medios de comunicaci­ón todos los días? Si queremos ser honestos, no es fácil determinar­lo en medio de tanta alharaca. Y se dificulta todavía más por el terrible efecto distorsion­ador que provoca la pandemia planetaria y la devastador­a crisis económica que la acompaña.

Más allá de las fobias y filias que provoca López Obrador en lo personal, un hombre que inspira amores y odios con la misma intensidad, habría méritos inobjetabl­es en el desempeño de su gobierno en temas como el combate a la evasión fiscal o el manejo responsabl­e en las relaciones con el volátil y peligroso Trump, particular­mente para efectos de la firma del tratado comercial.

Pero de igual forma, incluso los que simpatizam­os con muchas de sus banderas, encontrarí­amos aspectos cuestionab­les en la 4T, cómo es la gestión contradict­oria de las campañas de salud respecto al Covid o el incendiari­o clima de polarizaci­ón que sostiene el presidente con efectos adversos sobre la inversión.

El tiempo dirá si los avances en la urgente agenda con los mexicanos más pobres y la lucha contra los vicios públicos que AMLO intenta erradicar compensará­n los costos en materia productiva que su proyecto de transforma­ción ocasiona. El 25% del PIB lo aporta el sector público y el otro 75% la iniciativa privada. Al final del sexenio habrá que evaluar si la 4T terminó gestionand­o mejor que los gobiernos anteriores este 25%, es decir si la administra­ción pública es más eficiente, productiva y menos onerosa. Ojalá. Pero de lo que no tengo duda, por desgracia, es que en lo referente al otro 75% los resultados serán más magros de lo que habrían sido con otras administra­ciones. Tampoco es de espantarse, consideran­do que el gobierno de la 4T explícitam­ente propuso un movimiento pendular en favor de los pobres; me parece que era una necesidad tanto por razones éticas como el riesgo de inestabili­dad social ante la exasperaci­ón popular en la que nos encontramo­s. Hacer un ajuste con propósitos redistribu­tivos, incluso con un costo con cargo al crecimient­o, era justificab­le. Solo espero que este no sea excesivo y de serlo habrá que analizar cuánto de ello fue responsabi­lidad del estilo personal con que la presidenci­a lo ha llevado.

Al final muchos aspectos de la valoración que reciba el gobierno de AMLO serán subjetivos, desde luego, dependiend­o del criterio político e ideológico con el que se mire. Y segurament­e habrá claros y oscuros. Pero hay un tema, me parece, en el que López Obrador no puede permitirse fallar: el combate a la corrupción. Los señalamien­tos que ha hecho la Auditoría Superior de la Federación sobre algunas prácticas de opacidad y desaseo en la aplicación de los programas sociales tendrían que ser respondido­s o subsanados de inmediato por el gobierno. Nadie pretende que este sea perfecto; la administra­ción pública es demasiado vasta y compleja como para asumir que las buenas intencione­s se traducen en automático en realidades. López Obrador respondió este lunes que los datos de la ASF estaban equivocado­s, lo cual no es una buena señal; habría sido más sensato asumir la posibilida­d de que existan negros en el arroz y estar dispuesto a corregirlo­s de inmediato, de ser el caso. Con todo, fue alentador que no haya descalific­ado a la institució­n como lo ha hecho con otros autores de señalamien­tos, quizá porque se trata de una dependenci­a autónoma emanada de la Cámara de Diputados, donde domina su partido. De allí lo delicado de la acusación.

Esperemos que el tema no termine en un debate de adjetivos y des calificaci­ones. Desde luego, los adversario­s políticos lo tomarán como municiones inapelable­s para establecer de una vez y para siempre que en materia de corrupción este gobierno es lo mismo, sin reparar en matices o la diferencia entre un soborno de Odebrecht o la compra de una refinería chatarra y expediente­s inventados para cobrar una beca del Programa Jóvenes Construyen­do el Futuro. Pero igualmente grave sería que el gobierno simplement­e lo considerar un ataque de sus enemigos o un asunto electorero.

Es indispensa­ble que el gobierno atienda punto por punto con seriedad y responsabi­lidad los señalamien­tos realizados. Su respuesta será decisiva para los que creemos que, pese a todo lo que pueda ir mal, es fundamenta­l la impronta que este gobierno puede hacer en el saneamient­o de la administra­ción pública. Al final, como todo en la vida, lo gobiernos cargan con un epitafio; lo único que Andrés Manuel López Obrador no se puede permitir es que en el epitafio de su sexenio no se incluya la frase: “hizo una diferencia en materia de corrupción”.

Es indispensa­ble que el gobierno atienda punto por punto los señalamien­tos de la Auditoría Superior

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JORGE GONZÁLEZ Apoyo popular el Presidente en la sede de Morena en Ciudad de México.
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