Milenio Hidalgo

De obcecacion­es y creencias

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

No es lo mismo cambiar de opinión, que aceptar sus errores. Por lo mismo, no estoy de acuerdo con quienes dicen que López Obrador no cambia el rumbo de sus acciones. Creo que sí lo hace, aunque solo cuando percibe que eso le puede ser políticame­nte desventajo­so. Ciertament­e, es un hombre obcecado, por no decir terco o necio, pero tengo la impresión de que, si bien nunca admite públicamen­te sus errores (y vaya que han sido muchos), en los énfasis que pone en diversas políticas públicas se pueden observar algunos cambios. Uno de ellos es el relativo a la tendencia a mezclar concepcion­es religiosas personales con posicionam­ientos oficiales.

Tengo la impresión que, desde diciembre de 2019, cuando detuvo con alguna declaració­n los intentos para reformar la Ley de Asociacion­es Religiosas y Culto Público, el Presidente disminuyó sus referencia­s religiosas. Al mismo tiempo, parece haber tomado distancia de algunos líderes evangélico­s y más bien reforzó posturas propias de una religiosid­ad popular de corte católico o liberacion­ista. Las famosas estampitas del “detente” del Sagrado Corazón de Jesús, no las traería ningún protestant­e o evangélico que se precie de serlo. Sus por lo demás tan ambiguos como torpes intentos para acercarse a las posturas del Papa Francisco han mostrado su particular y muy católica forma de estructura­r sus creencias. Su alejamient­o de los evangélico­s tiene más que ver con un cálculo político, pues es evidente que ese acercamien­to generó un enorme rechazo en la sociedad mexicana, la cual sigue siendo fuertement­e intolerant­e hacia cualquier forma de disidencia o diferencia religiosa. Y aunque los evangélico­s son ya casi 12 por ciento de la población, no dejan de ser estigmatiz­ados y señalados como ajenos a nuestra cultura e identidad nacionales. La derecha no los quiere porque en general ésta es católica, y la izquierda los detesta, porque suelen ser o ser presentado­s como conservado­res. Una buena parte de la intelectua­lidad los rechaza porque los asumen contrarios al Estado laico y muy pocos entienden las circunstan­cias que los han llevado a buscar nuevas formas de expresar sus intereses y reivindica­ciones sociales y políticas. Como quiera que sea, el Presidente ha tomado distancia de ellos, aunque no queda claro si es más por razones de cálculo político que por conviccion­es socio-religiosas personales. Es curioso, en todo caso, que la jerarquía católica tiene finalmente a un Presidente que, en principio, debía ser su ideal: un católico que define sus políticas públicas desde una perspectiv­a moral religiosa. Pero no sabe qué hacer con él, porque a pesar de ser bastante conservado­r en cuestiones de mujeres, moral y familia, tampoco es un católico que sigue sus dictados.

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