De obcecaciones y creencias
No es lo mismo cambiar de opinión, que aceptar sus errores. Por lo mismo, no estoy de acuerdo con quienes dicen que López Obrador no cambia el rumbo de sus acciones. Creo que sí lo hace, aunque solo cuando percibe que eso le puede ser políticamente desventajoso. Ciertamente, es un hombre obcecado, por no decir terco o necio, pero tengo la impresión de que, si bien nunca admite públicamente sus errores (y vaya que han sido muchos), en los énfasis que pone en diversas políticas públicas se pueden observar algunos cambios. Uno de ellos es el relativo a la tendencia a mezclar concepciones religiosas personales con posicionamientos oficiales.
Tengo la impresión que, desde diciembre de 2019, cuando detuvo con alguna declaración los intentos para reformar la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, el Presidente disminuyó sus referencias religiosas. Al mismo tiempo, parece haber tomado distancia de algunos líderes evangélicos y más bien reforzó posturas propias de una religiosidad popular de corte católico o liberacionista. Las famosas estampitas del “detente” del Sagrado Corazón de Jesús, no las traería ningún protestante o evangélico que se precie de serlo. Sus por lo demás tan ambiguos como torpes intentos para acercarse a las posturas del Papa Francisco han mostrado su particular y muy católica forma de estructurar sus creencias. Su alejamiento de los evangélicos tiene más que ver con un cálculo político, pues es evidente que ese acercamiento generó un enorme rechazo en la sociedad mexicana, la cual sigue siendo fuertemente intolerante hacia cualquier forma de disidencia o diferencia religiosa. Y aunque los evangélicos son ya casi 12 por ciento de la población, no dejan de ser estigmatizados y señalados como ajenos a nuestra cultura e identidad nacionales. La derecha no los quiere porque en general ésta es católica, y la izquierda los detesta, porque suelen ser o ser presentados como conservadores. Una buena parte de la intelectualidad los rechaza porque los asumen contrarios al Estado laico y muy pocos entienden las circunstancias que los han llevado a buscar nuevas formas de expresar sus intereses y reivindicaciones sociales y políticas. Como quiera que sea, el Presidente ha tomado distancia de ellos, aunque no queda claro si es más por razones de cálculo político que por convicciones socio-religiosas personales. Es curioso, en todo caso, que la jerarquía católica tiene finalmente a un Presidente que, en principio, debía ser su ideal: un católico que define sus políticas públicas desde una perspectiva moral religiosa. Pero no sabe qué hacer con él, porque a pesar de ser bastante conservador en cuestiones de mujeres, moral y familia, tampoco es un católico que sigue sus dictados.