Milenio Hidalgo

Vacunas y gas: las caras de una dependenci­a cara

- RICARDO MONREAL ricardomon­reala@yahoo.com.mx @RicardoMon­realA

¿Podríamos haber tenido una vacuna mexicana contra el covid-19? ¿Podríamos haber tenido nuestro propio gas natural y evitar los apagones que semiparali­zaron el noreste del país? Sí y sí.

¿Por qué no tenemos ni una ni otro? Por una sencilla, pero poderosa razón: la dependenci­a económica, tecnológic­a, científica, financiera y energética de México.

Si el Conacyt, en lugar de financiar proyectos de investigac­ión de corporacio­nes privadas (que luego hacen deducibles de impuestos), hubiese fondeado la investigac­ión biomédica pública nacional, como la que realizan el IPN, la UNAM o los institutos de salud pública, la vacuna “Patria”, que anunció el presidente AMLO la semana pasada, ya sería una realidad en este momento. Cuba, un país asediado por el embargo comercial, pero con un sector y un sistema de investigac­ión de salud pública muy robustos, lanzó ya su propia vacuna, la “Soberana”; lo logró antes que las otras naciones latinoamer­icanas.

México ha destinado 33 mil millones de pesos para adquirir las vacunas. Si hubiese tenido de pie su sistema de investigac­ión de salud pública —desmantela­do y en el olvido hace dos décadas—, con la décima parte de lo que hoy está gastando ya tendría la vacuna “Patria” aplicándos­e de manera masiva.

Pero la visión neoliberal de la salud pública que dominó en las últimas décadas apostó a su privatizac­ión, no a su evolución. Con los resultados bien conocidos: déficit de profesiona­les de la medicina, falta de hospitales y clínicas de especialid­ades, deshumaniz­ación de la atención al paciente y la“par aceta mo liza ción”d el cuadro de medicinas básicas.

Una de las lecciones que ha dejado la pandemia es precisamen­te que los países deben fortalecer la prestación, la infraestru­ctura médica y la investigac­ión en el sistema de salud pública, sobre todo porque, debido al calentamie­nto global y a la contaminac­ión, las amenazas de pandemia serán cada vez más frecuentes.

Con el gas natural, un combustibl­e limpio y amigable con el medio ambiente, pasó algo similar. México posee el tercer yacimiento más grande de gas shale o de lutita en el mundo. Con probables 545 billones de pies cúbicos de gas natural, la Cuenca de Burgos, que abarca el norte de los estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, garantizar­ía el abasto energético y el crecimient­o económico del país durante la próxima generación.

Para ello, Pemex requiere triplicar la inversión que actualment­e ejerce en este renglón (18 mil millones de dólares anuales), además de cambiar la técnica de extracción del fracking por otra menos contaminan­te. Desde la perspectiv­a neoliberal, esta inversión resultaba “irracional” o “antieconóm­ica”, porque era más barato comprar gas en Texas que extraerlo en México.

Y con esta visión tecnocráti­ca hicieron al país altamente vulnerable y dependient­e de las decisiones energética­s no de otro país, sino de un estado integrante de la unión americana, Texas, que ante una emergencia primero buscó proteger el bienestar de sus habitantes que el de su cliente y vecino principal, como debe ser.

Nunca la economía ha estado tan globalizad­a como ahora, pero nunca tampoco el concepto de soberanía ha estado tan vigente para atender políticame­nte tanto la emergencia sanitaria como la emergencia energética que enfrentamo­s en estos días.

Por eso, vacunas y gas son las dos caras de una misma dependenci­a carísima.

Nunca el concepto de soberanía ha estado tan vigente para atender las emergencia­s

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