Más pobres, al final del camino
Repartir dinero a la gente que no lo gana en el sector productivo. Muy bien. Así se mitigan las durezas que sobrellevan los más pobres. Pero ¿durante cuánto tiempo? ¿Hasta cuándo? Y, hagámonos otra pregunta: ¿de dónde sale esa plata? La respuesta a esta última interrogante no parece ser tan evidente para quienes dirán simplemente que la pone “el Gobierno”. Y, en efecto, no saben– o no quieren enterarse, más bien— que esos recursos los generan los ciudadanos que participan en la economía de mercado. Son los impuestos cobrados en las actividades que generan un valor agregado, no son caudales que caigan del cielo.
Los demagogos, cuando cacarean las bondades del asistencialismo, propagan mañosamente la especie de que las arcas públicas son una suerte de tesoro mágicamente provisto de riquezas. A ellos les corresponde nada más la noble tarea de repartirlas generosamente a los más necesitados. Esa magnanimidad no es nada desinteresada, desde luego: los grandes bienechores cosechan ingentes réditos políticos, se ganan la incondicional adhesión de sus beneficiarios y acrecientan su poder personal. Al final del camino ocurre siempre lo mismo, a saber, el colapso financiero de naciones enteras y el brutal empobrecimiento de sus poblaciones. Pero los mitos perduran: Juan Domingo Perón y su mujer, la sacralizada “Evita”, se dedicaron a dilapidar alegremente el patrimonio de la Argentina, que fuera en su momento uno de los países más ricos del mundo. Pues, consumada ya su tarea, este personaje y su endiosada cónyuge siguen siendo parte inseparable del paisaje político argentino.
No es asunto, naturalmente, de promover la descarnada crueldad de la derecha indiferente que no sólo niega asistencias a los sectores más desprotegidos sino que los responsabiliza y los culpa inclusive de su miseria. La política social es uno de los pilares del proceso civilizatorio. El tema es no sustentar las políticas públicas en el facilismo de la retórica y no implementar programas gubernamentales carentes de viabilidad –a mediano plazo, se agotan los recursos del erario y no queda ya nada que repartir— sino emprender acciones de fondo para combatir la pobreza. En esa empresa, hay naciones muy exitosas. Pero, no son las que apostaron por el populismo.
El tema es no sustentar las políticas públicas en el facilismo de la retórica