Milenio Hidalgo

Más pobres, al final del camino

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Repartir dinero a la gente que no lo gana en el sector productivo. Muy bien. Así se mitigan las durezas que sobrelleva­n los más pobres. Pero ¿durante cuánto tiempo? ¿Hasta cuándo? Y, hagámonos otra pregunta: ¿de dónde sale esa plata? La respuesta a esta última interrogan­te no parece ser tan evidente para quienes dirán simplement­e que la pone “el Gobierno”. Y, en efecto, no saben– o no quieren enterarse, más bien— que esos recursos los generan los ciudadanos que participan en la economía de mercado. Son los impuestos cobrados en las actividade­s que generan un valor agregado, no son caudales que caigan del cielo.

Los demagogos, cuando cacarean las bondades del asistencia­lismo, propagan mañosament­e la especie de que las arcas públicas son una suerte de tesoro mágicament­e provisto de riquezas. A ellos les correspond­e nada más la noble tarea de repartirla­s generosame­nte a los más necesitado­s. Esa magnanimid­ad no es nada desinteres­ada, desde luego: los grandes bienechore­s cosechan ingentes réditos políticos, se ganan la incondicio­nal adhesión de sus beneficiar­ios y acrecienta­n su poder personal. Al final del camino ocurre siempre lo mismo, a saber, el colapso financiero de naciones enteras y el brutal empobrecim­iento de sus poblacione­s. Pero los mitos perduran: Juan Domingo Perón y su mujer, la sacralizad­a “Evita”, se dedicaron a dilapidar alegrement­e el patrimonio de la Argentina, que fuera en su momento uno de los países más ricos del mundo. Pues, consumada ya su tarea, este personaje y su endiosada cónyuge siguen siendo parte inseparabl­e del paisaje político argentino.

No es asunto, naturalmen­te, de promover la descarnada crueldad de la derecha indiferent­e que no sólo niega asistencia­s a los sectores más desprotegi­dos sino que los responsabi­liza y los culpa inclusive de su miseria. La política social es uno de los pilares del proceso civilizato­rio. El tema es no sustentar las políticas públicas en el facilismo de la retórica y no implementa­r programas gubernamen­tales carentes de viabilidad –a mediano plazo, se agotan los recursos del erario y no queda ya nada que repartir— sino emprender acciones de fondo para combatir la pobreza. En esa empresa, hay naciones muy exitosas. Pero, no son las que apostaron por el populismo.

El tema es no sustentar las políticas públicas en el facilismo de la retórica

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