Atrapados en la narrativa
Leo un reportaje sobre cómo distintas series televisivas habrán de abordar (o no) la pandemia desde universos narrativos ya en curso. Me ceñiré a dos: la reactivación –tras una década– de Sex and the City y la tercera temporada de Succession.
Incluso sin covid-19, Sex and the City no la tendría fácil: dos de sus temas centrales han sufrido modificaciones culturales radicales –el género se ha visto problematizado y politizado, y la moda había entrado ya en crisis desde antes de la pandemia– y, en un mundo post Black Lives Matter, una serie con cuatro protagonistas blancas privilegiadas tendrá un difícil procesamiento sociocultural. La nota anticipa siquiera una certeza realista: la nueva narrativa habrá de incorporar el virus y sus efectos.
Succession, por el contrario, no lo hará. “Queremos ver a los Roy [la familia protagonista de la serie] hacer las cosas que hacen”, declara la actriz Sarah Snook (Shiv), “y que son las que nos encantan”: o sea enfrascarse en una lucha shakesperiana por el poder –y con resonancias de la de la familia Murdoch– en un conglomerado multimedia transnacional.
La decisión es mala porque asume que el covid-19 es un problema meramente sanitario, superado el cual la vida podrá seguir su curso. Es falso. Si algo ha quedado claro a estas alturas es que la pandemia trajo consigo transformaciones de fondo en nuestra forma de consumir, de socializar, de ganar dinero, de construirnos, de relacionarnos. Las Waystar RoyCo del mundo real – Comcast, Disney, Viacom, AT&T… o Televisa– están viendo cambiar sus modelos de negocio y sus relaciones de poder por causa de la pandemia, lo mismo que esa nueva competencia encarnada en conglomerados como Amazon, Apple, Netflix o Google, cuyo poderío ha asumido nuevos derroteros de cara a lo que no es solo una emergencia sanitaria y una crisis económica sino un cambio total de paradigma cultural.
Para conservar relevancia cultural, una narrativa contemporánea no puede obviar el covid-19. Y lo que vale para Carrie Bradshaw o para Logan Roy vale también para nosotros, empeñados en narrativas personales de un tiempo que no volverá.
Para conservar relevancia cultural, una narrativa contemporánea no puede obviar el covid-19