“Saldrán sobrando las palabras después de la muralla”
Saldrán sobrando todas las palabras. De aquí en delante la presidencia de López Obrador será por siempre la del palacio amurallado; la de decenas de granaderos acorazados cercando a dos mujeres solas, menuditas y abrazándose; la del baño de gases lacrimógenos; la de su cobarde pared sombría revestida de flores enmarcando los nombres de madres, hijas y hermanas muertas.
Desconcertantemente, a pesar del fuerte quebranto económico, institucional y social que su mezquindad e incompetencia le causan cotidianamente a todos los mexicanos, hasta ahora el mandatario ha navegado sin pagar demasiadas facturas en las olas de su saliva invencible. Parece que sus comportamientos miserables —como acusar a los niños con cáncer de querer deslucirle su rifa del avión, su total ausencia de empatía con un país sufriente o el desmantelamiento de nuestras de por sí escasas redes culturales, sociales y de salud para favorecer sus proyectos de vanidad inservible— solo tuvieron un hasta aquí cuando insistió en montar al violador de Félix Salgado Macedonio en la gubernatura de Guerrero.
No nos engañemos: hasta ayer la remoción del personaje nunca estuvo en la agenda del partido al servicio del presidente. Es imposible saber qué razones hay para la suicida tozudez del tabasqueño, pero hacer como que meten al acusado a la congeladora al tiempo que comienzan la campaña con la botarga de un toro, como es conocido el guerrerense; repetir una y otra vez que los reclamos tienen motivos políticos mientras se ofende a quienes protestan llamándolas falsas feministas; anunciar que la supuesta encuesta quedará lista hasta después del día de la mujer y bajar a Pablo Sandoval para quitarle sombras al ungido no son precisamente actos de contrición.
Olvídense de la falta de respeto a nuestra inteligencia por parte del vocero cuando, en la víspera, apodó como “muro de la paz” a lo que evidentemente fue una cobarde provocación. Vayámonos directo al lamentable espectáculo de la mañana del 8 de marzo, donde el presidente se la pasó explicándonos cuál es el modelo y forma de feminismo que debemos adoptar para ser buenas mujercitas, y quejándose cada vez más coléricamente de que no le agradecemos todo lo que hace por nosotras. Al final del sermón, con López Obrador al frente y al centro de un ramillete de floreros que puso en el gabinete para aparentar que llena las cuotas de género, aunque cuidándose muy bien de no darles absolutamente ningún poder real, se oyó desde las gradas una voz masculina que les pidió a las presentes corear ese conocido “es un honor estar con Obrador”. Ellas no se movieron. Otro llamado, y un último, esta vez a voz subida, ante lo cual el coro estalló en el cántico oficial del amado líder. Líder que, durante las nutridas manifestaciones de ayer de repudio, enfado y hartazgo femenino a lo largo y ancho del país, solo asomó la nariz para lamentarse de la muerte de Cepillín.
Pero, nos dice una y otra vez con esa sonrisita condescendiente el solapador de violadores, de funcionarios corruptos, de mafiosos y de narcotraficantes carniceros, es la oposición a su proyecto la que está moralmente derrotada.