La autoexplotación como virtud
El jueves pasado tomé un Uber a las 6:30 de la mañana para ir a hacerme unos estudios. El conductor era un hombre de alrededor de treinta años que entabló conversación con amabilidad. Me contó sin ningún dejo de desánimo que llevaba apenas unos meses en Uber, pues el despacho donde trabajaba como abogado lo había despedido al comienzo de la pandemia, ante la muerte del dueño por covid. Trabajaba como conductor todos los días de 4 a 10 de la mañana, para después dedicarse a laborar con clientes de un despacho en línea que montara tras su despido. Ahora buscaba un nuevo trabajo regular, pero incluso si lo hallaba se proponía continuar con el Uber y con los servicios del despacho en línea. Antiguo jugador de futbol americano, continuaba levantando pesas todas las noches antes de dormir.
La tragedia social derivada de la pandemia ha creado millones de historias como la anterior, e incluso algunas bastante más trágicas y descarnadas. Sin embargo, lo que creo que este caso revela es cómo la actual narrativa sistémica ha conseguido que se introyecte lo que debería ser una mera estrategia de supervivencia como una situación normal, que incluso de manera muy admirable es aceptada con buen talante. Así como Nietzsche consideró que el cristianismo produjo una transmutación de un sentimiento negativo como la culpa, en algo positivo y que debiera experimentarse como indicio de virtud, el actual sistema ha convertido a la autoexplotación en algo sumamente deseable que, al igual que en el caso de la piadosa alma cristiana que se manifiesta mediante la culpa y el sufrimiento perennes, da cuenta de un alma emprendedora e infatigable. Entre más capaces y dispuestos estemos a explotarnos hasta la última gota de sudor (para muy a menudo, en el mejor de los casos, alcanzar niveles mínimos de subsistencia), más nos aproximamos al ideal contemporáneo del emprendedor que no conoce obstáculos para su desarrollo profesional. De ahí que también se normalicen prácticas como que Amazon monitoree las idas al baño de sus empleados, o cuente con rigor el número de paquetes preparados a lo largo de un día, todo ello para registrar la mayor cantidad de estadísticas posibles y así medir como hace Google hasta con algunos decimales la calificación del desempeño laboral, con la tortura psicológica asociada a partir de las evaluaciones corporativas de dichas calificaciones, que determinarán el ascenso, estancamiento o despido futuros.
Por eso la pandemia en realidad más que un desafío al sistema no ha hecho sino apretarle más las tuercas, pues si lo que la cúpula empresarial llama la base de la pirámide ha debido reforzar sus estrategias de supervivencia, todos los indicadores muestran al mismo tiempo una mayor concentración de la riqueza e incremento de las desigualdades. Pero el virus de la autoexplotación como virtud ya se encontraba fuertemente inoculado, es sólo que el virus pandémico lo revistió con otra capa adicional de necesidad, con lo cual se diluye otro tanto lo perverso de que se cuente como una de las principales cualidades laborales de rigor para lograr ser un miembro productivo del actual sistema.
La pandemia en realidad más que un desafío al sistema no ha hecho sino apretarle más las tuercas