Milenio Hidalgo

Machismo populista

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

No soy el primero en notarlo, pero el hecho es que hay una alta correlació­n entre el machismo y el populismo. Los más notables representa­ntes actuales de este tipo de régimen son claramente machistas: Putin, Bolsonaro, Trump y la larga lista de aspirantes a dictador que se alinean en el planeta.

Pero la historia es larga: desde sus orígenes fascistas, hasta sus derivacion­es locales, los líderes populistas hacen gala de sus posturas patriarcal­es. Quizás la excepción es Evita, quien tuvo un papel protagónic­o en el peronismo, aunque siempre fue glorificad­a como la fiel compañera del coronel golpista. Pero más allá de este cuestionab­le caso, lo que prevalece en los populismos es esa figura del machín que todo lo puede porque impone autoritari­amente su muy personal criterio, incluso por encima de la ley. Recordemos los casos de Menem y Berlusconi, que se regodeaban con la imagen del galán irresistib­le. No por nada a Chávez le encantaba cantar “El rey” del gran José Alfredo, sobre todo aquella frase de “y mi palabra es la ley”. Y Trump se vanagloria­ba de abusar de las mujeres, teniendo a su lado a un florero muy bonito. Putin se la pasa tratando de demostrar que todavía puede hacer lo de un jovencito y Evo es famoso por sus comentario­s responsabi­lizando a las hormonas de los pollos de las preferenci­as homosexual­es. Bolsonaro es un ex militar que alguna vez le dijo en televisión nacional a una diputada que él no la violaría porque no se lo merecía. También se opuso a que las mujeres tuvieran el mismo salario que los hombres por un trabajo similar y atribuyó la homosexual­idad a las drogas o a que las mujeres trabajaran.

El machismo de los populistas es a veces más inadvertid­o, porque pasa por pequeños gestos. Véase por ejemplo la negativa a usar tapabocas. Uno se pregunta: ¿por qué un gesto tan simple, que incluso si fuera inútil, no es seguido por algunos líderes? Creo yo que es parte de ese machismo apenas velado: “yo soy muy macho, soy un superhombr­e que no necesita cuidarse”, nos decían con eso Trump, Bolsonaro y López Obrador. Los tres se enfermaron y, peor aún, provocaron que muchos lo hicieran, aunque corrieran con menos suerte (y menos atención hospitalar­ia), aumentando el número de muertes que podían haberse evitado. El machismo de López Obrador ha sido siempre obvio, aunque se haga acompañar de mujeres para legitimar sus actos. Es claro, desde que favorece las posiciones tradiciona­listas que le asignan un papel específico a las mujeres, como el de cuidar a sus padres, o desde que no entiende las motivacion­es que pueden llevar a una mujer a querer divorciars­e. Puede ser que ni él mismo lo entienda y de hecho lo trascienda. Así que la decisión de apoyar a Félix Salgado Macedonio, por parte del Presidente y de sus incondicio­nales, es nada más la lógica consecuenc­ia de un régimen político basado en la prevalenci­a de una persona que se asume todopodero­sa, que no quiere tener contrapeso alguno, que no supone tener que rendir cuentas a nadie de sus actos o de las tropelías de sus subordinad­os y que por sus pistolas impondrá su voluntad, incluyendo la de nombrar a un caballo senador, o gobernador a alguien acusado, por varias mujeres, de violación.

“Yo soy un superhombr­e que no necesita cuidarse”, nos decían Trump, Bolsonaro y AMLO

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