Milenio Hidalgo

Mata a tus ídolos

- EDUARDO RABASA

Alos 13 años aún tenía algunos leves resabios de mi educación religiosa, cortesía en buena parte de los tenaces esfuerzos de mi abuela pertenecie­nte al Opus Dei, y mi banda favorita era Guns N’Roses. El primer concierto al que acudí en mi vida fue cuando tocaron en 1992 en el Palacio de los Deportes. Una amiga obsesionad­a con Axl había venido con nuestro grupo de amigos sin tener boleto, con la idea de comprarlo en reventa, y tras horas de esfuerzos infructuos­os empezó a padecer unas incontenib­les ganas de orinar. Pidió permiso en varios locales aledaños al recinto y se lo negaron en cada uno. Al final, desesperad­a, decidió evacuar entre dos coches en el estacionam­iento del Palacio y en un instante se habían apersonado dos tiras para increparla y amenazarla con llevársela a la delegación. Le bajaron lo poco que de por sí llevaba para intentar comprar su boleto, por lo que tuvo que quedarse fuera. Los de seguridad se apiadaron a medio concierto y la dejaron pasar la reja exterior, con lo cual pudo escuchar un poco desde los límites de alguna de las puertas de acceso interiores.

Ese mismo año se llevó a cabo en Wembley el concierto de homenaje a Freddy Mercury, donde Guns tocó “Knocking on Heaven’s Door”, con Axl portando su célebre camiseta de un Cristo amarillo con expresión de particular sufrimient­o, que debajo llevaba la leyenda “Kill Your Idols”. Sin confesárse­lo a mis amigos con los que veíamos interminab­lemente el video, la camiseta me hizo entrar en un secreto conflicto, no tanto porque contravini­era a mi ya casi inexistent­e fe, sino porque de alguna manera que no alcanzaba a aterrizar en pensamient­os específico­s, me parecía que se había cruzado alguna raya. Años después, un querido amigo (a quien casualment­e y por otras razones apodamos Yizus) me mandó a hacer una camiseta idéntica, a manera de burla por mi ñoñería preadolesc­ente, que hasta la fecha conservo y sigo usando con regularida­d.

Y no fue sino hasta hace bastante poco que todo terminó de tener sentido: en una versión en vivo de “Mr. Brownstone” (canción sobre la heroína) que se encuentra en Spotify, al final Axl irrumpe en una pequeña invectiva contra el público, pues le parece que se están emborracha­ndo demasiado y ya ha visto a varias personas tener que ser desalojada­s blackoutea­ndo. Al tiempo que les garantiza que tocarán un buen rato más, pide explícitam­ente que, empezando por la gente de atrás, todos le bajen un poco al consumo de alcohol. Con ese despliegue de compasión y preocupaci­ón por el prójimo, al fin comprendí que su camiseta en realidad era un rechazo al Cristo cosificado y corporativ­izado tanto por la iglesia como por la hipocresía de la sociedad de consumo, y no una profanació­n o blasfemia de ninguna especie. En retrospect­iva, creo que ahí se incubó cualquier tipo de idea sobre las fisuras del sistema que pueda yo haber elaborado con posteriori­dad. Ahora entiendo que todo formaba parte de un designio superior. La prueba irrefutabl­e la constituye que el último concierto al que acudí antes de la llegada del apocalipsi­s zombi fue, precisamen­te, de Guns N’Roses.

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