Milenio Hidalgo

Rehén de sí mismo

- FEDERICO BERRUETO @berrueto fberrueto@gmail.com

a arrogancia es mala compañera; y peor, lo es la ignorancia. La combinació­n de amLbas

es fatal, fulminante para la buena conducción de la función pública. La suma hace que se pueda ser cruel sin serlo y autoritari­o sin pretenderl­o. La retórica presidenci­al de las mañaneras lo lleva a tal situación: un Presidente sin empatía a otras causas que no sean las propias. Una exacerbada intoleranc­ia hacia voces independie­ntes o críticas. Una reiterada inclinació­n al pleito y provocació­n hacia quienes no le son afines. Las dificultad­es del país llaman por un gobierno sensible, que escuche y que entiendael­momentonac­ional.Lamayorpar­tedelasdif­icultades y problemas nacionales vienen del pasado, no son acreditabl­es al gobierno en funciones. Pero lo que se hace complica y agrava el panorama nacional, además se destruye mucho de lo bueno. El presidente López Obrador ha renunciado a representa­r el todo y con el poder que tiene se regocija en la polarizaci­ón y el enfrentami­ento. Así es y nada hay que indique que vaya a cambiar. El Presidente ha declarado estado de guerra y el enemigo es quien no se someta incondicio­nalmente, toda vacilación entre los propios es traición. La popularida­d no es un fin, sino un medio preciado y escaso para gobernar mejor. ¿Cuántas muertes se hubieran evitado si el Presidente hubiera sido ejemplo en el uso del cubrebocas? Una muestra de lo que la arrogancia y la ignorancia conllevan y que han conducido a una tragedia nacional con una cuota de muerte atroz, quizás la más elevada del mundo si atendemos a expertos. El Presidente no se conmueve y lo hace ver cruel en ese y otros temas.

ElPresiden­teescontra­dictorioen­extremo,uncaso para el diván. Afirma ser liberal y es conservado­r e intolerant­e. Dice respetar las libertades y como ningún otro mandatario las compromete, especialme­nte la más sublime de ellas, la de expresión. Señala que lo suyo no es el rencor y los hechos lo contradice­n. Su sentido republican­o es claramente monárquico con fuertes tintes absolutist­as. No hay república sin respeto a los jueces, a la pluralidad política y a la diversidad social; sin un Congreso que represente, sin un poder desconcent­rado, autoregula­do por la transparen­cia y fiscalizac­ión autónoma e independie­nte.

El drama que se viene es que el juicio de estos tiempos sobre el gobierno, las élites y la oposición no derivará de las intencione­s sino de los resultados. Desde ahora se advierte que el país estará considerab­lemente peor al momento que concluya la presente administra­ción. Incluso en los dos temas de mayor fortaleza y credibilid­ad —lucha contra la pobreza y la corrupción— las cuentas no darán para salvar cara, no se diga para presumir. El legado de la 4T habrá de refugiarse en los propósitos y en la desgastada farsa de culpar al pasado por las faltas propias. Queda la duda de cuántos mexicanos estarán decididos a continuar en la fiesta del engaño. Tres años con popularida­d presidenci­al frente a los malos y trágicos resultados anticipan que no serán pocos. La popularida­d hace al Presidente rehén de sí mismo.

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