La vida sigue
Gil encontró un libro excepcional: Todo en su sitio. Primeros amores y últimos escritos. El último texto del libro se llama “La vida sigue”, un gran momento sobre el principio y el fin de la vida del cual Gil arroja algunas líneas
Gil caminaba sobre la duela de cedro blanco cuando encontró un libro excepcional: Todo en su sitio. Primeros amores y últimos escritos (Anagrama, 2020). Los ensayos y artículos que Oliver Sacks no reunió en libros se encuentran entre lo mejor de la temporada: la química, los museos las bibliotecas, la natación, la medicina y, sobre todo, el cerebro. El último texto del libro se llama “La vida sigue”, un gran momento sobre el principio y el fin de la vida del cual Gil arroja algunas líneas a esta página del fondo. Acá vamos.
***
Mi tía Lena era mi favorita, y cuando había cumplido ochenta me contó que no le había costado demasiado adaptarse a todas las novedades que fueron apareciendo durante su vida –los aviones, los viajes espaciales, los plásticos, etc.–, pero a lo que no podía acostumbrarse era a la desaparición de lo antiguo. “Dónde han ido a parar los caballos”, me decía a veces. Había nacido en 1892, y se había criado en un Londres lleno de carruajes.
*** Nomeheadaptadotanbiencomomitíaaalgunos aspectos de lo nuevo, quizá porque el ritmo del cambio social asociado a los avances tecnológicos ha sido muy rápido y profundo. No me acostumbro a ver a toda esa gente por la calle mirando sus cajitas iluminadas o sujetándolas delante de su cara, caminado despreocupadamente delante del tráfico en movimiento, sin ningún contacto con su entorno. Casi me alarma esa distracción y falta de atención cuando veo padres jóvenes mirando sus teléfonos móviles sin hacer ningún caso de sus bebés mientras los llevan de la mano o en el cochecito.
***
Ahora todo es potencialmente público: nuestros pensamientos, nuestras fotos, nuestros movimientos, nuestras compras. La intimidad ha dejado de existir y, al parecer, en este mundo dedicado a un uso incesante de las redes sociales, la gente tampoco la desea demasiado. Cada minuto, cada segundo, hay que pasarlo con un dispositivo en la mano. Los que viven atrapados en el mundo virtual nunca están solos, nunca son capaces de concentrarse y apreciar las cosas a su manera, en silencio.
***
A medida que se acerca la muerte, uno podría consolarse pensando que la vida continuará… no la suya, sino la de sus hijos, o la de lo que ha creado. Al menos podemos depositar nuestras esperanzas en ello, aunque no haya ninguna esperanza para nuestro yo físico ni (para aquellos que no son creyentes) ninguna conciencia de supervivencia “espiritual” tras la muerte del cuerpo.
***
Cuando tenía 18 años leí por primera vez a Hume y quedé horrorizado ante la visión que expresaba en su libro de 1738 Tratado de la naturaleza humana, en el que escribió que el ser humano no es más que un “amasijo o conjunto de percepciones distintas, que se suceden unas a otras con inconcebible rapidez, y están en un flujo y un movimiento perpetuos”. Como neurólogo he visto a muchos pacientes quedar amnésicos por la destrucción de los sistemas de la memoria de su cerebro, y no puedo evitar tener la impresión de que estas personas, carentes de la sensación de pasado o futuro y atrapados en la vibración de sensaciones efímeras que cambian constantemente, en cierto sentido han abandonado su condición de seres humanos para convertirse en seres “humeanos”.
“Ahora todo es potencialmente público: nuestros pensamientos, nuestras fotos...”
***
Sólo tengo que aventurarme por las calles de mi barrio, el West Village, para ver estas víctimas “humeanas” por millares: casi todos los chicos más jóvenes educados en nuestra época de redes sociales carecen de memoria personal de cómo eran las cosas antes y de inmunidad ante las seducciones de la vida digital.
***
Como todos los viernes de pandemia, Gil toma la copa consigo mismo. Mientras sirve en vaso corto un chorro de Glenfiddich 15, Gamés escribirá una frase de Sacks: “Esta no es nuestra hora final”.