De vacunas y simulaciones
Montaje o “error”, el problema de la vacuna fantasma radica en el hecho de una subordinada haciendo lo que le piden hacer. Si se trató de una instrucción para “inflar” la cifra de vacunados, qué idea tan estúpida. Si fue un montaje para golpear una estrategia de vacunación dizque exitosa, revelaría la bajeza de una oposición dispuesta a todo con tal de volver al espectáculo del poder. Incluso podemos imaginar un tercer escenario en el que la acción respondería a un mercado negro de vacunas operado desde la amenaza directa al personal encargado o la infiltración organizada en la estructura.
El problema, en realidad, radica en que todo es posible. En un momento en el que la verdad se sacrifica por cuotas de comunicación, en el que la información y sus rutas son un bien que capitalizan las fuerzas políticas, pensar en una operación oscura e inhumana del gobierno no resulta descabellado: a fin de cuentas, el poder corrompe, y esa estrategia discursiva, terrible, de minimizar el problema es, también, un acto ruin, típico del poder que dicen ha cambiado, pero que cada tanto muestra el mismo talante del pasado. Por otro lado, sabemos que la ahora oposición, presionada por el vislumbre de la consolidación de un proyecto que la convirtió, de la noche a la mañana, en lo que siempre ha sido: una minoría acaudalada, es capaz de bajezas peores y menos elaboradas. Y bueno, pensar en una operación de robo de vacunas tampoco es una locura: el chaleco de siervo no vuelve incorruptible a quien lo porta ni lo salva de ser extorsionado.
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En todo caso, sacar a colación los montajes pasado también es simular. Y culparnos (al público) por sospechar lo que sea, dadas las circunstancias, es también muy del poder de antes.