Milenio Hidalgo

Rafael Pérez Gay

“Cuando publicamos Salvo el crepúsculo y Cortázar vino”

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com @RPerezGay

Un amigo de toda la vida me regaló el tomo cinco de las Cartas, 1977-1984. (Alfaguara, 2012) de Julio Cortázar. No se conseguía fácilmente este tomo de 650 páginas. Las últimas líneas de su correspond­encia las dirigió a Felisa Ramos el 20 de enero de 1984: “Hasta siempre, Felisa, con todo el afecto de tu maltrecho Julio Cortázar”. Moriría el 12 de febrero, antes de cumplir los 70 años.

Este amigo me trajo un bien, pero me hizo un mal, pues dislocó todos mis planes, si alguno, de lectura. Me puse a leer. No sé acometer libros de cartas, suelen convertirs­e en tomos un tanto deseperant­es, repletos de detalles cotidianos que ignoramos. Entonces procedí leyendo primero todas la cartas de los personajes conocidos y luego una atrás y otra delante de amigos queridos por el autor y desconocid­os para el lector. Siempre hay que ensayar diversos asedios con los libros. Encontré las cartas enviadas a Guillermo Schavelzon y no pude sino viajar en el tiempo.

Hace treinta y siete años murió Cortázar y con este libro entre las manos he recordado, como un fogonazo, el tiempo en que Guillermo Schavelzon encabezaba la editorial Nueva Imagen. Él era el editor de Cortázar en México, y yo el corrector de páginas, redactor de las contraport­adas, quien proponía las imágenes de las cubiertas y al final cuidaba la edición completa.

Cuando publicamos Salvo el crepúsculo, ese libro de poesía, juego y amor, Cortázar vino a México y a las oficinas de la editorial. Una mañana, Schavelzon abrió la puerta de mi despacho y detrás de él venía el enorme escritor. Después de las presentaci­ones del caso, Cortázar me dijo: “Cuando nace uno de nuestros hijos siempre agradecemo­s al médico que lo haya traído vivo al mundo. De modo que aquí estoy para darte las gracias. Espero que nos veamos en Cocoyoc”.

Antes de que se fuera me apresuré a decirle que por desgracia había encontrado tres erratas en la flamante edición, les recuerdo que no había computador­as, se capturaba la tipografía y luego se pegaban las páginas en unos cartones sobre los cuales se corregía en papeles traslúcido­s. Cortázar respondió: “Un recién nacido sin lunares sería inhumano”. No sabíamos que unos meses después la muerte vendría a recogerlo, pero yo escribí en un cuaderno esas palabras a las que ahora les quito el polvo en honor de aquellos años en que éramos invulnerab­les a nuestros veintiséis.

Siempre hay que ensayar diversos asedios con los libros

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