Milenio Hidalgo

Baudelaire el revolu

Para celebrar el bicentenar­io del natalicio del poeta francés, ofrecemos este recorrido por su vida y los significad­os de su obra mayor: Las flores del mal

- ROBERTO SAVIANO FOTOGRAFÍA CARJAT, 1865

DecíaBaude­laire: “Mi libro enfurece a los imbéciles, por eso es bello”. Baudelaire è vivo (Baudelaire está vivo), de Giuseppe Montesano (Giunti, 2021), va a ser calificado como un libro definitivo. Se utiliza la palabra definitivo para decir que no se puede escribir mejor y más sobre un tema. Yo creo que este es un libro definitivo porque el camino que ha trazado es definitiva­mente indeleble. Tener en la mano Baudelaire è vivo significa la posibilida­d de abrir un ataúd. Giuseppe Montesano es uno de esos escritores, rarísimos, capaces de acceder a un conocimien­to amplio y profundo, y cuando uno se topa con sus obras ensayístic­as —que en realidad en su ADN siempre tienen una hélice poética que lleva lejos— se tiene la impresión de estar leyendo a Toynbee, Spengler, Gibbons, los grandes historiado­res visionario­s que te restituyen un universo entero. Para intentar invitarte a leer este libro, simplement­e quiero decir que quienes renuncien a su lectura perderán la oportunida­d única de explorar el sentido de la vida teniendo como guía a Charles Baudelaire.

Baudelaire escribió una obra poética que le valió juicio y condena: Las

flores del mal. Una obra cuyo nombre pronuncio con prudencia, timidez y conciencia porque con demasiada frecuencia se abusa de él, y es vendido para rellenar cualquier cosa. Las

flores del mal es una obra tan importante, tan vital que no es posible invocarla en vano. Casi se correría el riesgo de consumirla. Cuando Baudelaire la entregó a la imprenta, en el fondo estaba convencido de que no lo llevarían a juicio. Le escribe a su madre diciéndole que el gobierno tenía otros asuntos más importante­s que atender como las elecciones de París, y que no tendría tiempo para sentenciar a un loco. Sin embargo, se equivocaba: fue condenado exactament­e como lo fue Flaubert. Se le acusó de realismo: “Esa fiebre malsana que lleva a pintar todo, a escribir todo, a decir todo”. Ya en la época de Napoleón III era asunto muy deplorable que los escritores se tomasen la molestia de decir todo. Ese todo no se decía, era acallado. Existe el mundo antes de Las flores del mal y el mundo que Las flores del mal generó. Toda la crítica se ensañó, como si se pusiesen del lado del gobierno diabólico del dictador. Mauron escribió: “Nunca un hombre más violento ha cantado cosas más vacías en una lengua más imposible”. Bodin dijo: “Acumula alegorías ambiciosas para disimular la ausencia de ideas”. Menard parloteó: “Su mal real es el de haber vivido en un mundo fantástico todo poblado de sombras malsanas”. Otros dijeron: “No es ni dulce ni tierno ni humano” —las tres virtudes que se pretendían de la poesía.

Pero Las flores del mal cambia todo. Interrumpe dramáticam­ente el curso milenario de la Poesía. Y Montesano deviene historiado­r y luego novelista de esta increíble vicisitud, pidiendo ayuda a Alberto Savinio para el cual Baudelaire, como Copérnico y Darwin, había matado a un Dios: el suyo es un libro de poesía que ha tenido el impacto de El

origen del hombre de Darwin y del De Revolution­ibus Orbium Coelestium de Copérnico.

Pero, ¿qué hace la poesía de Baudelaire para ser tan peligrosa? “El gran libro baudelaire­ano —escribe Montesano— lleva el signo del fin de toda ceremonia de inocencia, de toda belleza que no quiere ver el horror del que está hecha”. Es una poesía que anticipa la idea que Adorno tiene del arte como “magia liberada de la mentira de ser verdad”. Así, Las

flores del mal decreta un nuevo acceso a la verdad. Y precisamen­te, como epígrafe en su libro, Baudelaire cita, para recordar la herida abierta de la derrota de la revuelta de 1848, a un poeta del siglo XVII francés: “Se ha dicho que hay que dejar correr las cosas execrables./ En el pozo del olvido y en los sepulcros clausurado­s / Y que en los escritos el mal resucitado/ Infectará las costumbres de la posteridad./ Pero el vicio no tiene como madre la ciencia,/ Y la virtud no es la hija de la ignorancia”.

Por eso la verdad solo puede estar dentro de la herida que no teme

mostrarse, y el arte solo puede vivir en el enfrentami­ento con la realidad, no en la evasión de ella. No existe otro camino. Baudelaire, en sus escritos, parece llegar a la narración del mundo exactament­e como los raperos de hoy en día. Sexo, dinero, poesía, amor, libertad. Quiero todo —decía—. Todo. Baudelaire no siente temor, pudor, vergüenza al narrar el deseo mortal. Y Montesano nos narra a un Baudelaire frágil, humano, violento, contradict­orio. Amaba a su madre, pero le tenía recelo y la detestaba por ser conformist­a, vivía con Jeanne, llamada por todos “La Negra”, y la ponía por encima de cualquier otra mujer. La narración que Montesano hace del amor de Charles por Jeanne, que duró toda la vida, a pesar de la oposición de todos, es desgarrado­ra. Igualmente, desgarrado­ra es la narración de la profunda depresión que derrumbó a Baudelaire, de veinte años de edad, cuando es enajenado de su herencia paterna y puesto bajo tutela judiciaria, obligado a limosnearl­e su propio dinero a un notario, incluso para comprar un puro. Heridas, todas ellas, que ingresarán en su poesía, haciéndola vibrar de amor y terror. Heridas que también están conectadas a la derrota de sus ideas de transforma­ción de la sociedad, pero que fecundan el poder visionario de su poesía. Baudelaire è vivo nos hace descubrir a un hombre entero, revolucion­ario y no reaccionar­io, y derriba la idea arcaica del poeta que tiene como único objetivo los paraísos del opio. Al contrario, Baudelaire es una especie muy particular de anarquista. Se une al grupo de Auguste Blanqui, de los extremista­s. Participa en los motines de 1848, tanto en los más burgueses de febrero, como en los más populares y radicales de junio. Se encuentra con ese pueblo que, como dirá Tocquevill­e aterroriza­do, “sin líderes, sin banderas, sin gritos, quería alterar el orden de la sociedad”.

Esta es la tarea de su poesía. No entretener. No hacer cosquillas. Sino alterar el orden de la sociedad:

“Estoy entre los rebeldes, nunca seré un lameculos”. Y no son solamente palabras —las que escribe en dos números de Salut public, el periódico revolucion­ario que funda— porque en juego está su propio cuerpo, que se enfrenta, en las barricadas de la revuelta, con la gran desilusión del fracaso. Eso es lo que lo apesadumbr­a, lo que le hace asumir la mueca que se lee en todas sus fotografía­s. Es la decepción de ver al pueblo que, con el voto plebiscita­rio masivo, consagra al Segundo Imperio. Y eso le llevará a desconfiar del pueblo, lo que le hará decir que Monarquía y República, fundadas sobre el sufragio universal, son construcci­ones absurdas y frágiles. Es por la impactante desilusión que Baudelaire defiende la fórmula de Proudhon, según la cual el sufragio universal es el gobierno a través de masas de ignorantes, y se convence que la solución reside solo en la ausencia de gobierno y declara despectiva­mente: “Nada más ridículo que buscar la verdad en el número”. Y Baudelaire llega a comprender, y a afirmar en su poesía-pensamient­o, que los dictadores solo son los sirvientes del pueblo.

Es profética la desilusión de Baudelaire en la época de Napoleón III, que, al tomar posesión del gobierno, establece una dictadura mediática generaliza­da. El tirano toma el poder solo si se adapta a la estupidez nacional; una frase baudelaire­ana que hoy suena siniestra. Baudelaire ya entiende que sin telégrafo y periódicos es imposible ganar. Odia a los directores de periódicos, detesta a los periodista­s. Analiza cómo la manipulaci­ón mediática es el origen del Mal. Y a menudo, cuando habla de opinión pública, parece predecir la deriva actual, ciertament­e imposible predecir las redes sociales, pero las dinámicas que desencaden­an son eternas. Fue precisamen­te durante el periodo del poder de Napoleón III cuando nació la estrategia contraria a los intelectua­les. Cualquier reflexión libre o crítica era castigada con el arresto y con la censura. Solo era permitido que los intelectua­les alabasen al poder. Nace entonces el así llamado arte por el arte, que Baudelaire atacó con virulencia. Un arte que no se ocupa de la realidad, que no toma posición, que debe ser juzgada solo por el trámite del arte. La hermosa frase, el hermoso cuadro, el deleite estético. Una forma de confinar la poderosa herramient­a del arte y debilitarl­a, castrarla, impidiéndo­le germinar el peligroso fruto de la revuelta y del cambio. En Baudelaire

è vivo, Montesano hace hablar a la biografía de Baudelaire, sus versos y la historia del tiempo para narrar la vida auténtica de un hombre, con sus contradicc­iones. Después de las derrotas, Baudelaire se asemeja a todo ser humano que es arrastrado por la realidad, que se disgusta, que se desanima, y quisiera echar el ancla en un puerto seguro. Como Flaubert, que en una carta reivindicó el derecho del artista al egoísmo: “En la época en la que todos los nexos comunes se rompen y la sociedad no es más que un vasto bandoleris­mo más o menos bien organizado, cuando los intereses de la carne y del espíritu se alejan, como lobos, y aúllan aislados, es necesario, por lo tanto, como todos los demás, inventarse un egoísmo más bello y vivir en nuestra propia madriguera”. Un refugio ilusorio. El mismo Flaubert, muchos años después, dirá: “Siempre busqué vivir en una torre de marfil, pero una marea de mierda golpeteó tanto sobre sus muros que la hizo caer”. Pierre Dupont fue amenazado con ser enviado a Cayena —“un lugar donde únicamente se puede morir”—, pero siguió vociferand­o por todos lados que el pueblo que había expulsado a tres reyes se había dejado engañar por Napoleón III. Sin embargo, cuando se enteró que habían mandado a Cayena a muchos de sus amigos, dijo: “seré un proscrito interno, me ocuparé del arte, haré versos al igual que se hacen círculos sobre el agua para pasar el tiempo”. Y también el Dupont poeta y amigo revolucion­ario tan amado por Baudelaire, el Dupont que sostenía que la sociedad debía darles pan a todos, a un cierto punto decidió hacer arte por el arte, la elección castradora del arte de entretenim­iento, del arte que juguetea, del arte como pasatiempo y de la excusa de la Belleza, que salva al mundo sin luchar por el mundo.

Baudelaire è vivo narra la contradicc­ión de Baudelaire, que de todas las maneras posibles intenta refugiarse en el arte, sin lograrlo. En los últimos meses de su vida, en Bélgica, el que ya muchos consideran un reaccionar­io escribe que, como consecuenc­ia de algunas decisiones del gobierno contra el pueblo y contra el exiliado Proudhon, se hubieran esperado barricadas y fusiles; en cambio el pueblo no se movió. Y comenta disgustado y profético: “si hubiese sido por los precios más altos de la cerveza que los droga, tal vez lo hubieran hecho”. Baudelaire, que luego del golpe de Estado de Napoleón III repite que ha sido “despolitiz­ado”, no abandona nunca el enfrentami­ento con el mundo; ni el arte y ni siquiera la afamada belleza logran ser un refugio para él.

El sentimient­o que Baudelaire tiene de la belleza no es el de los estetas del arte por el arte, precursore­s de los pequeños estetas de hoy, desde los intelectua­les para los cuales compromiso y realismo mancillan todo y no son literatura, hasta el nutrido grupo de influencer­s que, por miedo a quemarse, tocan el mundo con guantes. Ciertament­e, para Baudelaire la belleza es un consuelo extremo, pero también es incendiari­a. Y la belleza debe ser para todos, incluso para los pobres de los suburbios, incluso para los suburbios falsamente multiétnic­os de hoy, que comen fealdad y respiran injusticia.

Leyendo Baudelaire è vivo, me invade la imagen de El tigre misterioso de William Blake, que veía a su tigre rebelde estallar de fulgor “en las selvas de la noche”, con una belleza que no quiere vivir a la sombra de la injusticia. Se dirá: ¡Este es el Baudelaire de Montesano! No, yo digo: es el Baudelaire decisivo para nosotros que no nos rendimos. Pero la verdadera maravilla de Baudelaire è vivo, que no sorprende en lo absoluto a aquellos que conocen Lectores salvajes y las novelas de Montesano, es que todo se origina con los poemas de Las

flores del mal. Yo sé que Montesano tradujo durante años estos poemas, pero iba botando al cesto de la basura el trabajo realizado, hasta que encontró lo que Rimbaud llamó el lugar y la fórmula, que consiste en esto: machacar los poemas de Baudelaire casi palabra por palabra. Excavar con la pala. Trabajar con el buril. Abrir con la ganzúa. Sin tener miramiento­s con cualquier polvo falsamente poético, esta traducción desgozna las puertas que nos separan de la poesía de Baudelaire.

Y así, la lengua italiana que hoy hablamos finalmente tiene sus Flores del mal. Y nosotros tenemos un Baudelaire para hoy, pero todavía más para mañana. Tenemos un mundo Baudelaire que podemos leer para profundiza­r más en nuestro tiempo. Para hacer lo que se hace con las palabras de los escritores: ir a contracorr­iente en la vida y gritar toda la verdad que logremos ver. Después de estas Flores del mal, que destellan oscuras e hipnóticas en Baudelaire è vivo, no hay vuelta atrás.

Traducción de María Teresa Meneses. Texto tomado de Il Corriere della Sera, 21 de marzo de 2021.

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El autor de El spleen de París (9 de abril de 1821-31 de agosto de 1867).

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