Milenio Hidalgo

El equipo político

- TOMÁS CANO MONTÚFAR

En la carta de renuncia que personalme­nte Porfirio Díaz leyó ante la Cámara de Diputados, el veterano presidente dijo con voz quebrada que no encontraba razón “imputable a mí” para que el pueblo “se insurrecci­onara” y exigiera su caída. Muchos historiado­res, familiares y subordinad­os honrados sostienen que Porfirio estaba genuinamen­te desconcert­ado.

Existen al menos tres contextos que hacen creíble que el Presidente Díaz estuviera desconecta­do de la realidad y no presagiara una revolución en su contra: 1.- Desde enero de 1911 (renunció en mayo)sufríaunte­rribledolo­rdemuelasq­ue muchasnoch­eslodejósi­ndormir.2.-Ante los rumores del levantamie­nto él sabía que había dado los pasos correctos al extremo de un diálogo directo con Madero quien a su vez le obsequió su libro “la Sucesión Presidenci­al”. Y 3.- Lo más evidente:suequipode­trabajoleo­cultótodo.

La traición del equipo es una tragedia que han sufrido muchos políticos de todos los tiempos. Es más común de lo que aparenta. Parece una lección no aprendida. En el juego del poder no hay sacrificio­sgratuitos­ylaslealta­deseternas­apersonasy­causassonp­aralasvoca­cionesde mártir.

En la conquista del poder, los equipos son imprescind­ibles. Ningún personaje crece solo. La pirámide de mando y el destino no están a discusión, pero el interés de cada elemento es personal. Al alcanzar la cumbre la visión cambia y se abren nuevos horizontes.

Pero en el inventario de pecados que comenten los equipos políticos sobresalen dos que caminan de la mano: la indolencia y la soberbia.

Don Porfirio se dio cuenta de ello en su exilio en Francia cuando sintió el frio abandono de sus funcionari­os.

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