Dos ejemplos
Djokovic
El deporte, que tanto le ha dado a Djokovic, y Djokovic, que tanto le regresó al deporte, no encontraron un momento durante los últimos días para mirarse al espejo, reflexionar y preguntarse: ¿Para qué sirve un deporte y un deportista además de obtener grandes bolsas de dinero, ganar todos los títulos posibles, alcanzar la fama y competir con voracidad? Estamos perdiendo la capacidad de admirar el deporte profesional como un principio de excelencia, mirándolo con la frivolidad que nos provoca su celebridad, su riqueza y su ambición. Djokovic, tuvo la oportunidad de recordárnoslo, pero decidió perder algo más que un torneo: perdió ejemplaridad, credibilidad, caballerosidad y humildad al desafiar las leyes de un país, que fueron escritas para proteger a sus ciudadanos y no a un torneo de tenis durante una de las crisis más severas de la humanidad. Al final, el tema no fue la vacuna, fue la mentira. Si un deportista de su magnitud cae de esa manera, el deporte también cae.
Ancelotti
Mirando jugar al Real Madrid pueden aprenderse algunas cosas de futbol, pero mirando a Carlo Ancelotti dirigirlo, se aprenden muchas cosas más: su sencillez para ganar grandes títulos y su grandeza para asimilar las derrotas como parte del ciclo del deporte y del misterio de la vida; su educación y transparencia con la prensa, su sensatez para tomar decisiones y su paciencia para explicarlas a cualquiera; su humildad para aceptar los errores y su nobleza para compartir sus aciertos con los demás; su coherencia como parte de la belleza del juego y su facilidad para entender el futbol como un simple juego; su discreción en uno de los puestos más importantes del deporte y su elegancia y tranquilidad en cualquier circunstancia. Podríamos seguir con la lista de lecciones de Ancelotti y así, explicaríamos a las nuevas generaciones de aficionados, directivos jugadores y entrenadores, el sentido del deporte. Gracias a maestros como Ancelotti, el futbol no perderá su capacidad de enseñar.