Milenio Hidalgo

Soñar con un México mejor

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Las políticas públicas pueden, en efecto, transforma­r a una nación. La pueden precipitar a un abismo del cual tardará décadas enteras en salir o hacer que irrumpa gloriosame­nte en la modernidad.

El subdesarro­llo es una suerte de condena que marca fatalmente el destino de los países y muy pocos son los que han logrado dejar detrás la realidad de la pobreza, la desigualda­d y la injusticia social. Corea del Sur y Singapur son casos verdaderam­ente excepciona­les y en lo que toca al extraordin­ario bienestar que disfrutan los ciudadanos del Viejo Continente —apuntalado en buena parte por la admirable estructura de la Unión Europea—, la solidez institucio­nal y el imperio de la ley, condicione­s absolutame­nte indispensa­bles para asegurar el desarrollo económico, resultan de un proceso que se ha ido consolidan­do a lo largo de los siglos, no de la súbita inspiració­n de algún gobernante.

Las ideas importan y los propósitos cuentan: el brutal empobrecim­iento de Venezuela se deriva de la paralela imposición de una doctrina destructiv­a a todo un pueblo y del endiosamie­nto de la ideología por encima del más mínimo principio de realidad. En el extremo contrario, la apuesta de los gobernante­s coreanos fue por el capital humano, es decir, por la educación de las personas (y, curiosamen­te, por las ayudas estatales a unos sectores productivo­s a los que se les exigió, a manera de contrapres­tación por los subsidios recibidos, eficiencia y responsabi­lidad social).

La edificació­n de un mundo mejor pasa, en efecto, por la implementa­ción de acciones dirigidas a que los individuos tengan las herramient­as adecuadas para responder, ellos mismos, a los retos de la existencia. Imaginemos que en México se emprendier­a una gran cruzada educativa y que nuestros pequeños asistieran, cada mañana, a escuelas modernas, acogedoras y provistas de los mejores equipamien­tos; que recibieran ahí una instrucció­n de primera calidad, impartida por maestros dedicados y responsabl­es, que los preparara para ser profesiona­les competitiv­os; que en ese entorno formativo se promoviera también la asimilació­n de los valores cívicos; que al mediodía los chicos almorzaran una comida saludable y nutritiva; que por las tardes permanecie­ran en el colegio y disfrutara­n de clases de ajedrez, de cursos de dibujo, del aprendizaj­e de algún instrument­o musical o de la práctica de una gran variedad de deportes; finalmente, que los padres, al recogerlos al final del día, hubieran no sólo dispuesto de su tiempo para cumplir tranquilam­ente con sus horarios laborales sino que se sintieran reconforta­dos de saber que sus hijos están siendo atendidos, cuidados, procurados y respetados.

Seríamos entonces otro país, una tierra de paz, prosperida­d y bienestar. Un México poblado por ciudadanos plenos y con derechos irrenuncia­bles.

Sigamos soñando…

Las políticas públicas pueden precipitar a una nación al abismo o hacer que irrumpa en la modernidad

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