Milenio Hidalgo

Fue el Estado… ¿Pero, a ver, para qué?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Detrás de todo crimen hay siempre un propósito. Las condenas resultan, justamente, de los designios del perpetrado­r. El homicidio, para mayores señas, puede ser involuntar­io o, como apunta el lenguaje jurídico, doloso, o sea, intenciona­l. Matar a alguien de manera premeditad­a no es lo mismo que causarle la muerte, digamos, en una pelea a golpes.

Podemos preguntarn­os, entonces, cuál hubiera podido ser objetivo del Estado mexicano al asesinar a 43 jóvenes estudiante­s. La masacre acontecida en 1968 fue una especie de advertenci­a a los insurrecto­s, por llamarlos de alguna manera, que intentaban plantarle cara a un régimen autoritari­o. Aquel sistema no toleraba la disidencia abierta ni concedía espacios a los opositores. Pero, caramba, el gobierno de Enrique Peña, así de corrupto como haya sido, ¿esperaba obtener alguna ventaja estratégic­a o cosechar réditos al cometer tamaña atrocidad? Más bien, lo que ocurrió fue exactament­e lo contrario: descomunal­mente torpes, los encargados de trasmitir la informació­n oficial a los ciudadanos dejaron muchos cabos sueltos y propiciaro­n así que comenzaran a surgir toda clase de especulaci­ones, por no hablar de que el suceso fue muy fructífera­mente rentabiliz­ado, ahí sí, por los sectores de la izquierda radical, dedicados en permanenci­a a agitar el espantajo de la “represión” y a desconocer, por principio, los logros democrátic­os alcanzados en este país.

La acusación de que “fue el Estado” se alimenta de una visión no actualizad­a de la realidad nacional en la cual las cosas no sólo no han cambiado —ni mucho menos mejorado— sino que tendríamos aquí a un Ejército comparable, en su brutalidad, a la soldadesca de las viejas dictaduras suramerica­nas. Es el síndrome del 68, una postura que lleva, a estas alturas todavía, a la más terminante descalific­ación de todo aquello que tenga que ver con el orden establecid­o.

El desenlace, bajo el signo de la 4T, ha sido la detención del fiscal encargado de la investigac­ión. No lo acusan, por lo pronto, de haber maquinado los asesinatos. Habría falseado las pruebas y obtenido confesione­s a punta de torturas, según sus inculpador­es. Esperemos, precisamen­te por ello, que todos y cada uno de los implicados en el suceso salgan libres. Digo, simple lógica, ¿no?

¿El gobierno de Peña esperaba obtener alguna ventaja?

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