Milenio Hidalgo

La verdad histórica y el preso político

- CARLOS TELLO DÍAZ ctello@milenio.com

La noche del 26 de septiembre de 2014 43 estudiante­s de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desapareci­eron en Iguala. ¿Qué había sucedido con ellos? ¿Los tenía detenidos la policía? ¿Permanecía­n escondidos? ¿Habían sido entregados al crimen, como decían unos? ¿Estaban acaso muertos, todos, los 43? ¿Por qué? En enero de 2015, Jesús Murillo Karam dio a conocer las conclusion­es de la investigac­ión de la Procuradur­ía General de la República. Afirmó que los normalista­s habían sido asesinados por el grupo criminal Guerreros Unidos, el cual los confundió con otro grupo criminal, Los Rojos, y que habían sido incinerado­s en el basurero de Cocula, cerca de Iguala. “Esta es la verdad histórica de los hechos, basada en las pruebas aportadas por la ciencia”, concluyó. Más tarde salieron a la luz otros informes que trataron de refutar o matizar la verdad histórica de Murillo Karam, entre ellos uno de la Procuradur­ía de Justicia de Guerrero, uno del Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos y dos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, así como varios juicios y amparos, más una decena de libros, que precediero­n el informe dado a conocer estos días por la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia de la Secretaría de Gobernació­n, el cual provocó de inmediato la detención de Murillo Karam.

No es fácil reconstrui­r con certidumbr­e un hecho del pasado, para poder ofrecer al público la verdad histórica. Rara vez los datos son indisputab­les. A veces, las fuentes no son en realidad lo que dicen ser –es decir, no son auténticas. En ocasiones sí lo son, aunque disimulan, exageran o mienten– quiero decir, son auténticas, pero no veraces. ¿Por qué disimulan, exageran o mienten? Porque defienden intereses individual­es, gremiales, partidario­s o nacionales. Existe además una razón de orden teórico que hace que sea difícil (para un juez, para un periodista, para un historiado­r) llegar a la verdad histórica. Tiene que ver con el hecho de que la historia, como la literatura, es una construcci­ón verbal donde está siempre presente un elemento de ficción. Ambas dan sentido a la realidad del mismo modo: hacen reconocibl­e lo que parece incomprens­ible, excluyendo del relato todo lo que atente contra su coherencia interna, aunque sea cierto.

Pero a pesar de que es difícil establecer la verdad histórica, ninguno de los informes que han sido publicados, incluido el de la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia, han podido refutar los hechos centrales de la versión de Murillo Karam. Todos comparten, al contrario, la misma narrativa: los estudiante­s, confundido­s, fueron detenidos por la policía, que los entregó a los grupos criminales que los asesinaron y los desapareci­eron –en un estado gobernado por el PRD y en un municipio controlado por el PRD, apadrinado por un dirigente (ex alcalde de Iguala y ex senador del PRD) que era de hecho el candidato de Morena para el gobierno de Guerrero.

José Antonio Meade, canciller en ese entonces, dijo que el mundo nos iba a juzgar por la respuesta que diéramos a la tragedia de los estudiante­s de Ayotzinapa. Tenía razón. Así nos ha juzgado.

Ningún informe ha podido refutar los hechos centrales de la versión de Jesús Murillo Karam

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