La verdad histórica y el preso político
La noche del 26 de septiembre de 2014 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecieron en Iguala. ¿Qué había sucedido con ellos? ¿Los tenía detenidos la policía? ¿Permanecían escondidos? ¿Habían sido entregados al crimen, como decían unos? ¿Estaban acaso muertos, todos, los 43? ¿Por qué? En enero de 2015, Jesús Murillo Karam dio a conocer las conclusiones de la investigación de la Procuraduría General de la República. Afirmó que los normalistas habían sido asesinados por el grupo criminal Guerreros Unidos, el cual los confundió con otro grupo criminal, Los Rojos, y que habían sido incinerados en el basurero de Cocula, cerca de Iguala. “Esta es la verdad histórica de los hechos, basada en las pruebas aportadas por la ciencia”, concluyó. Más tarde salieron a la luz otros informes que trataron de refutar o matizar la verdad histórica de Murillo Karam, entre ellos uno de la Procuraduría de Justicia de Guerrero, uno del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y dos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, así como varios juicios y amparos, más una decena de libros, que precedieron el informe dado a conocer estos días por la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia de la Secretaría de Gobernación, el cual provocó de inmediato la detención de Murillo Karam.
No es fácil reconstruir con certidumbre un hecho del pasado, para poder ofrecer al público la verdad histórica. Rara vez los datos son indisputables. A veces, las fuentes no son en realidad lo que dicen ser –es decir, no son auténticas. En ocasiones sí lo son, aunque disimulan, exageran o mienten– quiero decir, son auténticas, pero no veraces. ¿Por qué disimulan, exageran o mienten? Porque defienden intereses individuales, gremiales, partidarios o nacionales. Existe además una razón de orden teórico que hace que sea difícil (para un juez, para un periodista, para un historiador) llegar a la verdad histórica. Tiene que ver con el hecho de que la historia, como la literatura, es una construcción verbal donde está siempre presente un elemento de ficción. Ambas dan sentido a la realidad del mismo modo: hacen reconocible lo que parece incomprensible, excluyendo del relato todo lo que atente contra su coherencia interna, aunque sea cierto.
Pero a pesar de que es difícil establecer la verdad histórica, ninguno de los informes que han sido publicados, incluido el de la Comisión para la Verdad y el Acceso a la Justicia, han podido refutar los hechos centrales de la versión de Murillo Karam. Todos comparten, al contrario, la misma narrativa: los estudiantes, confundidos, fueron detenidos por la policía, que los entregó a los grupos criminales que los asesinaron y los desaparecieron –en un estado gobernado por el PRD y en un municipio controlado por el PRD, apadrinado por un dirigente (ex alcalde de Iguala y ex senador del PRD) que era de hecho el candidato de Morena para el gobierno de Guerrero.
José Antonio Meade, canciller en ese entonces, dijo que el mundo nos iba a juzgar por la respuesta que diéramos a la tragedia de los estudiantes de Ayotzinapa. Tenía razón. Así nos ha juzgado.
Ningún informe ha podido refutar los hechos centrales de la versión de Jesús Murillo Karam