Perestroika
Existía una regla, no escrita, que permitía a los futbolistas soviéticos mayores de 26 años abandonar su país para jugar en el extranjero cumpliendo ciertas condiciones establecidas por su gobierno y bajo cierta vigilancia, acreditando un comportamiento apegado al régimen. En sus inicios, la Perestroika utilizó el futbol como una advertencia de apertura para medir las resistencias políticas y populares del movimiento encabezado por Gorbachov a finales de los ochenta.
En 1988, durante la Eurocopa de Alemania, la URSS presentó al mundo su último gran equipo integrado por 11 jugadores del Dinamo de Kiev, 3 del Spartak y 2 del Dinamo Moscú, 1 del Zalgiris, 1 del Dinamo Tbilisi, 1 del Dnepr Mogilev y 1 del Zenit. La mayoría, extraordinarios futbolistas, fueron buscados por los principales clubes europeos.
Un año antes de la caída del Muro de Berlín, Rinat Dasayev, Sergei Aleinikov, Vasily Rats, Aleksandr Zavarov, Igor Belanov y Oleg Protasov, dirigidos por Valeri Lobanovsky; enfrentaron en el Olímpico de Múnich al último cuadro de Rinus Michels, donde jugaban Hans Van Breukelen, Ronald Koeman, Gerald Vanenburg, Rijkaard, Gullit y Van Basten.
En aquella final, el futbol nos enseñó con claridad dos grandes bloques: a un lado de la cancha las clásicas y severas siglas, CCCP, bordadas en la camisa de fuerza soviética, y al otro, un uniforme diseñado en naranja mecánico que llamó la atención del mundo entero. El juego, que encontraba su lado brusco en la frontera con la URSS, alineaba militares, policías y oficiales de la KGB uniformados de futbolistas: grandes figuras de mirada perdida cumplían órdenes, pero mantenían la fantasía que dejaba escapar al futbolista del soldado.
Terminando el juego, el público regresaba a filas y los jugadores al cuartel. Cuesta creer que el capitalismo haya acabado con el austero futbol soviético, jamás superado por el millonario futbol ruso.
Cuesta creer que el capitalismo haya acabado con el austero futbol soviético