El caballero que movió el mundo con una raqueta
T de emplada por el linaje de Zeus, la carrera Roger Federer define con perfección el oficio del deportista: pasión, estilo, disciplina, humildad y caballerosidad.
Lainconfundiblefiguradeltenista,espigada,elegante y elástica, mira con nostalgia la sombra de un veterano que ya no pudo mantenerse a su lado: salir alapistasevolvióuncaminodolorosoparaunhombre de 41 años que lo había ganado todo.
Al llegar a esta etapa de su vida, donde cada punto, set y partido eran una lucha existencial, el mejor jugador de la historia decidió competir contra sí mismo: el viejo Federer no encontró rival más temible que el recuerdo del joven Roger. Cuando los grandes atletas se retiran, una parte de nosotros se va con ellos, al despedirlos, nos damos cuenta de que envejecimos juntos; a eso en el deporte le llamamos familia: Federer fue un hermano, un hijo y un amigo ejemplar para todos sus aficionados.
Tener un espacio en la memoria de tanta gente es una de las mayores responsabilidades en la carrera de un deportista, a ese tipo de habitantes en nuestra cabeza, les decimos ídolos. Pero una absurda tendencia en la industria del deporte insiste en reciclarlo todo, incluso a ellos.
Las nuevas generaciones de aficionados exigen datos para creer en la existencia de héroes: cuánto gana, cuánto corre, cuánto resiste y cuánto vale el nuevo número uno del mundo, parece ser lo único que importa. Al confundir fuerza con grandeza, corremoselriesgodemedireldeportecomounejercicio, no como un movimiento.
Federer siempre interpretó la rivalidad con honor, promoviendo las propiedades pedagógicas de lacompetencia:alverlojugar,ganaroperder,aprendimos de la vida.
Su legado, un manual de identidad, quedará en manosdemaestros,entrenadoresypadresqueacudiremos a él cuando tengamos que contarle a un niño quién fue Roger Federer: el caballero que movió el mundo con una raqueta.
El viejo Federer no encontró rival más temible que el recuerdo del joven Roger