Imaginación desertora
La nación es una objetividad que resulta de una suma de subjetividades. De ello me convencí hace muchos años, cuando leí Imagined Communities y tuve el privilegio de corroborar mi interpretación de esa obra maestra en una charla con su autor, Benedict Anderson. Y es que, efectivamente, las naciones se gestan en el imaginario colectivo. Cada individuo proyecta en su cabeza la comunidad que considera suya: se asume hermanado a millones más —de los cuales solo conocerá a lo largo de su vida a una ínfima minoría— con quienes comparte algo que los distingue de las demás comunidades. Ese algo puede variar de una persona a otra, pero en cuanto las percepciones subjetivas se imbrican surge una colectividad objetiva que, en nuestro caso, se llama México.
A ese estadio de identidad nacional se llega tras tender puentes sobre los abismos de la historia. Eso implica imaginarse descendiente de ancestros no consanguíneos, apropiarse las expresiones culturales de compendian los tiempos y espacios de un país y convertirlas en el común denominador de una cultura —en singular—, lo cual, en el caso de los mexicanos, haceladiferenciaentremulticulturalismoeinterculturalidad.Setrata,pues,detransitarmentalmentede la patria chica a la patria grande. Por eso puede decirse que un censo prueba la existencia de una nación: si a la pregunta de “¿es usted mexicano(a)?” la inmensa mayoría responde que sí, entonces existe México.
Pues bien, he aquí una razón para preocuparnos. Aunque aún es mayoritaria la parte de nuestra sociedad que se siente mexicana, varias encuestas reflejan desapego de lo nuestro. La más reciente es citada en MILENIO por Ricardo Raphael (“Identidad mexicana magullada”, 15/09/22): un poco más de la mitad de los mexicanos no está a gusto en México, al menos no siempre, y una porción similar preferiría que en vez de los españoles nos hubiera conquistado otro imperio, primordialmente el inglés. Vale reflexionar en torno a esos datos: ¿de dónde viene la merma en el sentido de pertenencia?; ¿y la hispanofobia o la anglofilia? Esto trasciende el malinchismo y, a mi juicio, apunta a la confusión identitaria. Los mexicanos tenemos, cada uno, múltiples identidades, y uno de los hilos conductores que nos enlazaba a casi todos era la imaginería del mestizaje, ya defenestrado por la corrección académica. Cuidado: lo que requerimos no es descifrarnos sino cifrarnos.
Intuyo una contradicción tóxica en el México de hoy. Se exige al mexicano renegar de una de sus raíces y abrazar la heterogeneidad “originaria” y, sin embargo, se le anatemiza como apátrida si no se sume en la homogeneidad de la 4T. La soberbia monárquica de quien cree encarnar a la nación repele a ciudadanos que se niegan a volverse súbditos. Nada corroe más nuestra nación que la existencia de un censor oficial de la mexicanidad que se reserva el derecho de admisión a un país que nos ha admitido a todos. Hegemonizar no da patria y sí quita libertad. La unidad nacional no responde a convocatorias gubernamentales: es un haz de diferencias entreveradas por similitudes que se cuecen en el tiempo.
El sectarismo crece en México. Algunos jamás renunciaremos a lo que es de todos los mexicanos, pero parece que a otros los lleva a desertar de nuestra comunidad imaginada.
PD: Va mi felicitación a Enrique Krauze por sus 75 años.