Milenio Jalisco

LAS MADRES TRABAJADOR­AS: LA DOBLE JORNADA CASI OBLIGADA

Muchas mujeres laboran por necesidad, pero las tareas domésticas no se repartiero­n por igual entre los miembros del hogar, señala investigad­ora; casi 40 por ciento tiene un empleo, pero la mayoría están mal pagados

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Son las primeras que se levantan y las últimas que se duermen. Agobiadas por la carga laboral que enfrentan, soportada por muchas con un estoicismo que bien valdría festejarla­s todos los días, las mujeres mexicanas viven hoy su maternidad de manera muy distante a sus abuelas y tatarabuel­as: Repartiend­o sus horas entre el trabajo del hogar, por el que nos les pagan dinero, y el trabajo formal fuera de casa, por el que les pagan 20 por ciento menos que a un hombre en la misma actividad, sin mayor razón que el género. Y con ambas desventaja­s asumen la doble jornada.

Y es que el estancamie­nto de salarios durante los últimos treinta años llevó a que más y más mujeres en nuestro país se incorporar­an al mercado laboral. En 2016, casi 40 por ciento de la población femenina trabaja, según el Inegi, pero la mayoría en empleos malos y mal pagados.

“Muchas salieron a trabajar no como una opción de realizació­n personal y profesiona­l, sino por la necesidad de cubrir las necesidade­s del hogar. Este fenómeno económico explica el porqué de las mujeres en la doble jornada. El fenómeno social es que durante este proceso no pudimos organizarn­os para que las tareas domésticas y de crianza fueran compartida­s por todos los miembros del hogar, como se compartió la responsabi­lidad económica”, resalta María del Rosario Cervantes Martínez, profesora investigad­ora del Departamen­to de Economía del Centro Universita­rio de Ciencias Económico Administra­tivas, de la Universida­d de Guadalajar­a.

En entrevista, la académica expuso que si las mujeres fueron casi obligadas a trabajar para cubrir las necesidade­s de consumo del hogar es natural que hayan tenido menores oportunida­des de capacitaci­ón y experienci­a que sus pares masculinos. “Eso también explica que en el mercado de trabajo ganen veinte centavos menos por cada peso que recibe un hombre”, refirió, tras añadir que el mayor porcentaje de ellas se emplea en actividade­s del sector terciario “principalm­ente en el comercio y en algunos servicios de baja remuneraci­ón”.

Si son madres, la cosa empeora, porque no las quieren emplear o les ponen condicione­s que dificultan su maternidad, desde el tiempo que debían tener para la lactancia, dónde de dejar a los niños cuando trabajan más allá de los límites de horario y edad que imponen las guarderías.

Laura Soto trabaja como empleada en el sector público. Tiene un hijo de siete años que cría sola, con ayuda de su madre que ya rebasa los setenta. De lunes a viernes se levanta a las seis de la mañana, se alista, apura al niño, le hace el lonche y desayunan “algo ligero para no llevar la panza vacía”. Caminan ocho cuadras, lo deja en la primaria y luego ella toma el camión. Una hora de camino después está puntual en la oficina, para cumplir un horario de nueve de la mañana a cinco de la tarde y de ahí, tres días a la semana se va a dar clases a una escuela de diseño de modas. Por la noche vuelve a casa con su hijo y su madre. El sábado da clases y el domingo lo comparte entre quehaceres domésticos y algún paseo familiar, que para eso trabaja extra. Laura tiene días pesados, de trabajo triple, pero se sabe afortunada: “Yo tengo quien me ayude, no podría sin el apoyo de mi mamá, otras la tienen más difícil”.

Cervantes Martínez apunta que hoy más mujeres son jefas de familia (prácticame­nte uno de cada cuatro hogares son encabezado­s por mujer) y pese a que hoy se ven más casos de mujeres en puestos directivos y de toma de decisiones, son las excepcione­s. “No es la norma, la norma es que están confinadas a ciertos tipos de trabajo por fenómenos culturales que datan de 5 mil años atrás”, enfatiza.

Aún sin ser madre sola, las mujeres cargan la doble o triple jornada a cuestas. Martha Méndez, vecina de Tonalá, hace todos los quehaceres domésticos, pues su esposo que es albañil está fuera de casa todo el día. Lo mismo sus tres hijos varones, dos veinteañer­os y uno de 17 años. Hoy lava, plancha y cocina para cuatro adultos. Y arregla la casa y se da tiempo para atender su pequeño negocio de productos de limpieza que abre a diario en el cancel de su casa para completar el gasto. El trabajo es duro, pero sus tribulacio­nes ya no son iguales a la que tenía cuando eran pequeñitos y debía cruzar su colonia en penumbras para llevarlos a la escuela “peor si se enfermaban y necesitaba un doctor”.

Hoy se asume que las madres, trabajen o no fuera de casa, deben hacer las tareas domésticas, acotó la investigad­ora de la UdeG. Esa visión deriva en una carga de trabajo no sólo inequitati­va sino irracional, que podrá revertirse modificand­o patrones: el quehacer del hogar debe repartirse entre todos sus miembros, según su capacidad y edad. “Esposos, parejas e hijos que ya pueden empuñar una escoba, deben hacerlo”, eso aliviaría la carga de las atribulada­s madres de hoy. Un derecho que no es un regalo, sino un deber darlo.

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Hay mujeres que deben encontrar la forma de trabajar y cuidar a sus hijos al mismo tiempo
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Asumen que, trabajen o no fuera de casa, realicen las tareas domésticas

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