Infraestructura cultural El autor presenta un
Recuento de los haberes y deberes nacionales, de las fallas y posibilidades que hay en las instalaciones dedicadas a esta materia
El pasado 25 de abril tuve el gusto de asistir a la instalación del Consejo Consultivo de la Secretaría de Cultura. Me honra y agradezco haber sido invitado a formar parte de este grupo de notables expertos mexicanos.
Lo más destacado fue, sin duda, la gran convocatoria de nuestras autoridades culturales y el impresionante grupo de mexicanos que asistieron y que forman parte de este Consejo, todos admirados y respetados por su servidor. Como bien dijo uno de mis colegas consejeros: si la inteligencia y el talento que ocupaba la sala ese día se pudiera convertir en kilogramos, la gran casona de la calle de Arenal —donde nos reunimos esa mañana— se vendría abajo (Ernesto Piedras).
La presentación de la estructura y responsabilidades de la Secretaría, así como la descripción de sus planes de acción, fue hecha de manera elegante, clara y concisa por la secretaria María Cristina García Cepeda, apoyada oportunamente por el subsecretario Saúl Juárez —ambos espléndidos funcionarios de la cultura y amigos a quienes estimo y celebro.
Uno de los aspectos que más llamó mi atención fueron los apabullantes números presentados, correspondientes a los “activos” de la naciente Secretaría, heredados en gran medida del extinto Conaculta: más de 26 mil empleados trabajan en la misma y en los múltiples organismos que forman esta institución. El organismo presume que tenemos en México “la mayor infraestructura cultural de América Latina: más de mil 200 museos, más de 22 mil bibliotecas, 3 mil 300 salas de lectura, mil 567 librerías y puntos de venta de libros, 620 teatros, 870 centros de educación artística, mil 913 centros culturales y 118 fototecas tanto federales, como de propiedad privada, comunal, ejidal, municipal o estatal” (de la presentación: “Qué es la Secretaría de Cultura”). Y como si esto fuera poco, somos poseedores de 190 sitios arqueológicos que la Secretaría tiene a su cargo, y más de 120 mil inmuebles de valor patrimonial —dudoso— que la propia institución tiene la responsabilidad de proteger. ¡Impresionante! A pesar del importante presupuesto público y las escasas pero muy valiosas aportaciones privadas que son destinadas a la cultura en nuestro país —siempre insuficientes—, es evidente que no existen los recursos humanos y económicos necesarios —ni los habrá— para cumplir con esta inmensa responsabilidad.
No hay duda de que somos un país con muchos museos, teatros, bibliotecas, orquestas y compañías de danza. Las cifras son gigantescas. Nos jactamos de tener más instituciones artísticas —e inmuebles que las alojan— que muchos de los países más ricos y desarrollados de mundo. Solo como ejemplo, cabe mencionar que únicamente en la Ciudad de México —donde se encuentra la mayor concentración de instituciones culturales de nuestro país— tenemos más museos (170) que en otras de las grandes capitales culturales del mundo: Madrid (120), Berlín (90) y Tokio (160).
No se requiere ser experto para darse cuenta de las condiciones precarias y muchas veces obsoletas, y del avanzado estado de deterioro en que se encuentran muchos inmuebles que ocupan las instituciones culturales en nuestro país, e igualmente de las limitaciones económicas y humanas con que trabajan, que resultan en la escasa calidad de sus programas y ofertas artísticas y educativas. Tenemos grandes colecciones y mucho talento, pero no tenemos una sola institución pública de cultura en el país que tenga la calidad y que se pueda ver a los ojos con las mejores del mundo.
¿No merecemos los mexicanos un museo de la calidad del Metropolitano o del de Arte Moderno, de Nueva York; del Británico o de la Galería Tate, de Londres; del Prado o el Reina Sofía, de Madrid, o del Louvre o el Centro Pompidou, en París? ¿O una orquesta como la Filarmónica de Berlín o las sinfónicas de Tel Aviv o de Nueva York? Fácilmente podríamos tenerlos si nos preocupáramos más por la calidad y menos por la cantidad de nuestras instituciones culturales.
Cabe mencionar, como excepciones, algunas de las espléndidas —y demasiado pocas— instituciones “privadas” (y otras públicas operadas por grupos y con capitales mayoritariamente privados) que tenemos en México, entre las que destacan el Museo Amparo (Puebla), el Parque Escultórico de Culiacán (Fundación Coppel), el Museo del Textil de Oaxaca y el Centro Cultural San Pablo (Fundación Harp), el Centro Roberto Garza Sada de Arte y el Museo Marco (Monterrey) y la Colección Jumex y Centro (Ciudad de México). Todas son espléndidos ejemplos de gran calidad y considerados entre los mejores del mundo en sus tipos y categorías, tanto por sus colecciones, su oferta artística, su operación y sus programas culturales y educativos, así como por la estupenda arquitectura de nivel mundial que se han construido para albergarlas. Todas y cada una de ellas son un gran orgullo mexicano. No necesitamos más “oferta cultural”, sino menos pero de mucho mayor calidad.
Ha llegado el momento, con la formación de la nueva Secretaría de Cultura, de hacer un importante trabajo de “limpieza” y consolidación de esta infraestructura. A nuestros funcionarios de la cultura les corresponde la difícil tarea de trabajar y negociar con sus pares en otras secretarías y en las cámaras para implementar nuevas políticas y leyes fiscales, turísticas y ambientales que favorezcan las inversiones y el compromiso de la sociedad civil con la cultura mexicana. Es tiempo de renovarnos, de reducir y eliminar gran parte de nuestra infraestructura obsoleta o subutilizada, y reemplazarla con una nueva de mayor calidad, que sirva y represente mejor al México del siglo XXI, y que nos ayude a ordenar y reinventar nuestras ciudades.
Es necesaria la mayor participación activa de todos los mexicanos. La cultura no es solamente una responsabilidad de nuestros gobiernos, ni solamente un compromiso social, y mucho menos un lujo o un “adorno”. Es nuestro mejor producto de exportación y el mayor motivo de orgullo internacional, que nos distingue y sitúa entre los mejores del mundo, y es, sin duda, nuestra más valiosa potencia diplomática. La cultura es un gran sustento del desarrollo nacional y tiene la capacidad de mejorar nuestra calidad de vida, de hacer mejores ciudades y sociedades más sanas, resistentes y mejor estructuradas, y de dar mayor valor a nuestro patrimonio personal y familiar. Invertir mejor en la cultura nos hará más fuertes y más grandes como personas, como sociedad y como país. *Arquitecto mexicano, miembro del Consejo Consultivo de la Secretaría de Cultura