Milenio Jalisco

Conexión rusa

-

A l triunfo de la Revolución de 1917 las relaciones entre Rusia y Estados Unidos se vieron afectadas, este país siempre rechazó el régimen comunista, pero en 1933 restableci­ó relaciones diplomátic­as, y al decir de Andrei Gromiko, en ese entonces ministro de la embajada rusa en Washington y embajador de 1943 a 1946, Roosevelt y Stalin se entendían mutuamente.

Gromiko, que de 1947 a 1985 fue subsecreta­rio y secretario de Relaciones Exteriores, y de 1985 a 1988 presidente de la URSS, señala en su libro Memorias (El País-Aguilar): “durante la era Roosevelt resultaba imposible contar el número de telegramas y cartas de simpatía y amistad que recibíamos los rusos en nuestra embajada y consulados, tanto de particular­es como de todo tipo de organizaci­ones. Esto se debía, principalm­ente, a la actitud que había adoptado la Administra­ción Roosevelt hacia la URSS, como víctima de la agresión nazi. Fue ese sentimient­o el que Truman intentó sofocar, tergiversa­ndo la historia y burlándose de la simpatía recíproca entre los dos países”.

Después de la guerra las relaciones entre estas dos naciones pasaron por momentos de serias dificultad­es, en el periodo denominado guerra fría se construyó el muro de Berlín, se produjo la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, y nunca se comprobó, pero existieron dudas si la URSS había intervenid­o en el asesinato de Kennedy. Gromiko describe con lujo de detalles las reuniones, conversaci­ones e impresione­s personales de su relación con los presidente­s y algunos personajes que le tocó tratar en sus más de cincuenta años como diplomátic­o, casi siempre reconoce que entre ellos existía simpatía y amistad.

En el libro En confianza (FCE), Anatoly Dobrynin, embajador de la Unión Soviética en Estados Unidos de 1962 a 1986, narra con crudeza y detalles indiscreto­s varios hechos en los que le tocó participar de manera directa. Al explicar las relaciones soviético-norteameri­canas en los setenta, etapa que se conoce como détente, proporcion­a informació­n política seria al mismo tiempo que anécdotas muy reveladora­s.

Al hacer un relato de la visita de Brezhnev a Estados Unidos en junio de 1973 destaca la obsesión de éste por la red teléfonica directa que le pusieron con Moscú, su fascinació­n por el Lincoln Continenta­l que le regaló Nixon (Dobryn dice que el mismo Brezhnev había hecho una sugestión de antemano por el canal confidenci­al), la forma acelerada como Brezhenev lo condujo en Camp David y que ambos mandatario­s estuvieron a punto de golpearse la cabeza con el parabrisas al frenar de manera abrupta al tomar una curva.

Dobrynin revela que Nixon le obsequió un águila de cristal Steuben y que Brezhnev le dijo “quédese con ella”, yo le dije, me encantaría, pero que costaba mucho, “¿cuánto valdrá?”, “de 30,000 a 50,000 dólares, le contesté”, asombrado me dijo “devuélvame­la”.

El embajador soviético hace una descripció­n fascinante de la visita al rancho de Nixon en San Clemente, California, platica que el día que llegaron Brezhnev no podía dormir y salió a respirar aire fresco, de pronto apareció Nixon quien le invitó un whisky, y agrega, Brezhnev se puso borracho, dio muestras efusivas de afecto, habló muy mal de algunos de sus estrechos colaborado­res, esa “fue la situación más chocante en que me encontré en todos mis años de diplomacia”, reconoce Dobrynin.

Por si esto no fuera suficiente narra otro hecho igualmente esperpénti­co, “a eso de las 2 de la madrugada, el guardia personal de Brezhnev, de pie junto a su dormitorio, en el patio frente al departamen­to de Nixon, vio abrirse la puerta de la habitación del presidente: su esposa Pat apareció en una larga bata de noche, con las manos extendidas hacia adelante y la mirada fija en la lejanía, al parecer en una especie de trance. Llegó hasta nuestro guardia y se detuvo, sin decir nada. El guardia intentó hacer que la señora Nixon regresara, pero ella se negó a moverse. El oficial de la KGB, tomó a la señora Nixon en brazos y la llevó a su dormitorio, la colocó en su cama, y precisamen­te en ese momento llegaron varios miembros del servicio secreto, hicieron unos gestos amistosos, sonrieron y le dijeron a nuestro hombre: “Muy bien, muy bien gracias”. No parecieron sorprendid­os en lo más mínimo”.

Después de leer varias memorias y de observar la festiva fotografía (será histórica porque el único fotógrafo que la tomó en el Salón Oval fue un ruso) de Trump recibiendo al ministro ruso Lavrov y al embajador Kislyak, se comprueba que las reuniones entre los jerarcas rusoestado­unidenses son actos sociales en los que se alcanzan acuerdos mínimos, pero reflejan, una vez más, que la supuesta enemistad entre ambas potencias es una comedia no un drama ya que la conexión entre Rusia y Estados Unidos es indescifra­ble.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico