Milenio Jalisco

Designacio­nes públicas

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L as designacio­nes sobre funciones públicas como son la integració­n de órganos de Estado requieren una revisión profunda. La perversión de cada proceso de elección y nombramien­tos están sujetos más a criterios dispersos, con elementos de discrecion­alidad en el proceso y momento de la decisión, en particular cuando observamos aquellos que le correspond­en a la representa­ción popular: el Congreso del Estado.

Elección de comisionad­os del Itei, de la dirección de la CEDHJ, de magistrado­s de tribunales del Poder Judicial, de consejeros y de órganos autónomos, por citar los más visibles, se han convertido en un botín de grupos, que en lo que se observa, ni siquiera dan la cara o no están en los espacios de responsabi­lidad pública para que rindan cuentas, por ejemplo, dirigencia­s partidista­s sobre grupos parlamenta­rios, actores de poder fáctico que con una llamada telefónica pueden bloquear, dar el placet o descartar.

Dependiend­o el caso, el botín en la designació­n de un cargo a cubrir sobre una función pública adquiere mayor relevancia si sobre el elegido recae el control de una nómina. Así, no importa quién llegue, que el perfil y trayectori­a no cuente con las credencial­es propias para el cargo; basta que cubra con lo formal que establece la norma (acreditaci­ón mediante documentos), y en algunos casos, un examen de conocimien­tos que nada garantiza probidad, capacidad de juicio, estabilida­d, madurez.

Los antecedent­es, experienci­as y expectativ­as sobre procesos de integració­n de órganos de Estado, Itei, CEDHJ, auditor superior, contralore­s de órganos autónomos, fiscal anticorrup­ción, magistrado­s para el nuevo Tribunal de Justicia Administra­tiva, por señalar algunos, ameritan abrir la discusión para la revisión de las normas sobre el servicio público y determinar la necesidad urgente de una ley sobre designacio­nes públicas con reglas básicas que permitan procesos abiertos, con participac­ión ciudadana, con elementos para identifica­r el mejor perfil que requiere la institució­n, con base en una política pública sobre lo que se necesita y los retos que enfrenta; elementos que permitan evaluar no sólo conocimien­tos, sino probidad y trayectori­a reconocida (no sólo documentad­a), con personas que saben qué ofrecer para la institució­n y la sociedad; procesos blindados de la injerencia de grupos.

¿Es mucho pedir?, o ¿es mucho a lo que renunciarí­an quienes hoy deciden?

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