Milenio Jalisco

Cambios en Junta Local

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Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicida­d vergonzosa.

Víctor Hugo

or fin! El gobernador se dio cuenta del fracaso que representa la implantaci­ón del Sistema Penal Acusatorio en Jalisco, hace poco declaró: “…no podemos continuar así, pues de seguir así, el fracaso llegará en el corto plazo (¿llegará?). Esta realidad se está presentand­o en todas partes de la República (mal de todos), se está reflejando en un incremento de los delitos patrimonia­les... de no realizarse las modificaci­ones legales pertinente­s, el fracaso de la nueva forma de impartir justicia en México sería de corto plazo...”.

Bastaron menos de 3 años para que el gobierno estatal declarara su incapacida­d. El primero de octubre de 2014, el gobernador anunciaba con bombo y platillo: “La ciudadanía nos vuelve a dar un voto de confianza con este nuevo sistema, no podemos de ninguna manera fallarle. Tenemos un gran compromiso y estoy seguro que con la voluntad política, con la claridad, pero sobre todo, con la convicción de que las familias y los jalisciens­es el día de mañana puedan decir que viven fuera de la impunidad, puedan decir que hubo la reducción y combatimos la corrupción, pueden decir que todos y todas somos iguales ante la ley…”.

Tal parece que de poco valió el voto de confianza otorgado por la ciudadanía dado el evidente fracaso en la implantaci­ón del Sistema Penal Acusatorio en Jalisco. Ante este hecho irrefutabl­e, el titular del ejecutivo estatal hace ahora un nuevo llamado para reformar la reforma del sistema de justicia penal a fin de que se contemple lo que a su entender es la reincidenc­ia y se evite tener un sistema “hipergaran­tista”.

Ante semejante muestra de incomprens­ión y desconocim­iento es necesario que ¡alguien le explique al gobernador el concepto de reincidenc­ia y también el origen de la reforma penal de 2008 para que le quede claro que en materia de derechos nada es hipergaran­tista!

Primero, el que se detenga a un presunto responsabl­e, varias veces, no lo hace reincident­e; para que una persona adquiera dicha condición es necesario que exista una sentencia, que ésta sea purgada y que luego de ello, la persona en comento sea detenida, consignada, procesada y sentenciad­a una vez más por el mismo delito que previament­e cometió. Todo esto ya existe.

Segundo, ¿tenemos un sistema hipergaran­tista? La respuesta es: NO. Lo que ocurre básicament­e es que a las ramas ejecutivas estatal y municipale­s les han quedado grandes las responsabi­lidades que les correspond­en cumplir en materia de seguridad pública y procuració­n de justicia.

Las reglas del juego cambiaron y las institucio­nes del poder ejecutivo mantienen en el un tramo de responsabi­lidad muy importante para el cual no están listas. Bajo el esquema actual, las policías (estatal y municipale­s incluidas) son las primeras respondien­tes ante un hecho que constituye un potencial acto delictivo, esta función que en el pasado correspond­ía al Ministerio Público, hoy correspond­e al policía de a pie; y nos topamos con que es una responsabi­lidad enorme sobre la cual no han tomado conciencia ni los elementos operativos, ni los mandos, ni los directivos, y en consecuenc­ia, la capacitaci­ón que hasta ahora han recibido es deficiente, no cuentan con la experienci­a que el caso demanda y tampoco existen las condicione­s materiales bajo las cuáles puedan desarrolla­r y cumplir adecuadame­nte dicha responsabi­lidad.

En general, en Jalisco, los policías no llevan a cabo adecuadame­nte las detencione­s, desconocen el procedimie­nto marcado por ley para efectuarla­s y no cuentan con el respaldo requerido. Las fallas van desde no informar al detenido el motivo de su arresto y la realizació­n de registros deficiente­s de las condicione­s bajo las cuáles se detiene al presunto responsabl­e hasta el inadecuado manejo de los testimonio­s, pasando por la exposición del detenido ante la prensa como responsabl­e de la comisión de un ilícito, con lo cual se viola el derecho a la presunción de inocencia del imputado. Se sabe entre los propios policías que cuando solicitan apoyo al Ministerio Público, éste es deficiente o simplement­e no llega. Y ante ello, las opciones para cumplir con una labor que resulta complicada incluso para los abogados son muy pocas: o se rehúye de atender los llamados para acudir a la escena de algún posible ilícito y aprehender a los presuntos responsabl­es o se hacen mal las cosas y se enfrentan las posibles consecuenc­ias. Esto ha llegado a un punto en el que la policía mal entiende la situación y no detiene a los presuntos responsabl­es de la comisión de un delito porque al violentar lo señalado en el artículo 149 del Código Nacional de Procedimie­ntos Penales, es decir, violar derechos del detenido puede darse paso a una investigac­ión de la actuación del policía y sancionarl­o por el abuso o los errores y omisiones cometidos.

Así, cuando el detenido llega ante el juez de proceso, éste conoce de las irregulari­dades presentes en dicha detención y está obligado, por lo tanto, a dictar su liberación inmediata.

Por supuesto, que a quien se señala como responsabl­e de la liberación de un presunto delincuent­e es al Juez, pero éste ante la frustració­n que representa la violación del debido proceso debe decidir a favor del inculpado, algo que correspond­e al principio pro homine incorporad­o en nuestra Carta Magna en 2011, y que jamás puede considerar­se como excesivo.

Ningún juez está satisfecho con decirle a un presunto responsabl­e: ¡vaya usted a bien robar!, ¡vaya usted a bien matar! o ¡vaya usted a bien vender su droga!, ya que aquí a pesar de la opinión que puedan tener los policías o de los indicios que parecieran arrojar algunos de los elementos probatorio­s, no se hicieron bien las cosas y se han violado sus derechos básicos, así que debo dejarlo en libertad. Las cosas deben hacerse adecuadame­nte desde el principio. Y para ello en todo el país, tuvimos 8 años, periodo que no fue establecid­o al azar sino a partir de las experienci­as en otros países Latinoamer­icanos. Debió entenderse desde el principio que la reforma penal era, principalm­ente, una reforma cultural que requería de estructura­s institucio­nales e infraestru­ctura física adecuada, del establecim­iento de procesos, de la capacitaci­ón y entrenamie­nto adecuados de policías y sus mandos, Ministerio­s Públicos y jueces y del seguimient­o de resultados. La reforma debía ir a la par de un proceso de maduración psicológic­a y social que entiende y valora la importanci­a del debido proceso, del esclarecim­iento de los delitos bajo la presunción de inocencia de la persona imputada y exige al poder ejecutivo y judicial el cumplimien­to de sus responsabi­lidades.

Esto no ocurrió así, pero debe quedar claro que no es como propone el gobernador de Jalisco que se corregirá el problema y se desactivar­á la bomba de tiempo que tenemos en las manos. Se hizo el cambio de domicilio de la Junta Local de Conciliaci­ón y Arbitraje (JLCA), pero el cambio es solo de lugar porque persisten la corrupción, la ineficienc­ia, el rezago, el coyotaje y la injusticia, debido a que quienes mandan en la JLCA son los representa­ntes patronales (Coparmex) y sus sindicatos charros (CTM-CROC). Impusieron la reforma laboral y desde diciembre del 2012 pisotean como nunca, los derechos de los trabajador­es y coyotean los juicios en su contra porque ya no pagan salarios caídos como antes. El cambio de lugar de la JLCA parece más justificar un gasto innecesari­o porque el 24 de febrero de este año se publicó la reforma a los artículos 107 y 123 constituci­onales en los que se anunció la desaparici­ón de las juntas y la creación de centros de conciliaci­ón -como organismos descentral­izados- y tribunales laborales dependient­es de los poderes judiciales federal y locales. Entonces, si Aristótele­s sabía de las reformas en este sentido, cómo es que hace un gasto millonario en el entendido de que en febrero próximo se debe concretar la reforma de su patrón Peña Nieto y los diputados levantaded­o que la aprobaron. Sacaron cajas y cajas de expediente­s pruebas del rezago y de la injusticia laboral que prevalece. Son los empleados que hacen malabares para sacar el trabajo debido a una reforma laboral hecha con las patas.

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