Trump, locura y liderazgo
legó la hora de renovar la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Jalisco. La CEDH no es una institución proactiva y combativa, sino una mera oficialía de partes que transfiere una queja de un punto A, a un punto B. En términos generales, su desempeño ha sido mediocre.
Este espacio, pensado para fungir como un salvoconducto social, lleva años convertido en un botín que los partidos políticos se reparten, como quien reparte un pastel. Entre otras cosas, es un refugio de militantes políticos o recurso para pagar cuotas. Este comportamiento perverso, también se ha aplicado para elegir consejeros del ITEI, la Auditoria Superior o el IEPC, con sus respectivas nóminas. Los partidos representados en el Congreso, han hecho de la ciudadanización de las instituciones, una forma de ampliar sus burocracias.
Lo más grave de controlar políticamente a la institución responsable de velar por los derechos humanos, es que lejos de defender los derechos de todos, vela por minimizar el impacto del incumplimiento de los mismos. Le sirve más a quien le da dinero, que a su razón de ser. En ese sentido, el discurso por los derechos humanos es una ficción, una mera formalidad.
Así llegamos a la renovación de la Comisión, con el ingrediente de que 40 organizaciones civiles presentan dudas sobre el proceso. A la luz de la historia, son dudas fundamentadas, no paranoias. Los riesgos que observan son: la secrecía del voto, la eventual realización de una segunda vuelta y la fase de entrevistas. Dichos puntos se podrían resumir en una exigencia de absoluta transparencia. El proceso, por si mismo, lo vale.
La CEDH merece un liderazgo real, no un liderazgo de coctel. Necesita cambiar su perfil pasivo por un perfil activo y propositivo. La defensa de los Derechos Humanos no puede solo ser la resultante de una denuncia ciudadana que active una investigación, sino una tarea activa, cotidiana y sistemática.
Por su parte, el poder legislativo debe entender el momento que viven Jalisco y México. Vivimos un periodo de degradación y pérdida progresiva de derechos humanos. Dicho proceso, está aparejado a la crisis de representación política y de confianza hacia los propios partidos políticos. Si de alguna manera, entienden estos dos puntos, es de esperar que impulsen un proceso transparente y genuino. De lo contrario, estarán contribuyendo a ahondar más la brecha que los separa de las causas sociales y la confianza ciudadana.
Las señales de alerta, en lo que toca a la renovación de la CEDH están puestas. Como siempre, habrá que estar atentos para vigilar que, quienes tienen en sus manos la decisión, hagan lo correcto o
paguen por ello. Los líderes atrapados en la locura son cautivadores. Algunos han tenido un poder de seducción terrible y han arrastrado en sus locuras a millones a la muerte. Parecen estar convencidos de su propio delirio. No saben que la certeza es un rasgo de los psicóticos y que la duda es un ingrediente de la salud mental. Están también los fanáticos guías espirituales. Son peligrosos, no cabe duda. Suelen ser personas que no tuvieron lo que Erikson llama seguridad y confianza básica. Jean Lacouture afirma que: “Un mal líder no es ni más ni menos que un avaricioso con el ego más grande que “la catedral de Burgos”, un líder no se representa más que a sí mismo y a sus grandes aspiraciones que no son otras que las de ser admirado, alabado, adulado y engordar su ego. Los grandes paranoicos de la historia fueron personas humilladas en la infancia y en el trabajo o en el ejército, y demostraron —cuando se les dio ocasión— ser egocéntricos, capaces de destruir y de oponerse a todo, como líderes negativos. Todos sin excepción terminan en el delirio persecutorio y en represiones masivas de enemigos imaginados. El líder negativo buscará borregada dócil que le pueda cubrir sus latrocinios o inmoralidades, pues prefiere el control de la borregada a la eficiencia de los resultados. El mal líder hace crecer al subalterno pero en su capacidad de maldad y de crimen, le hace perder la conciencia del bien y del mal, lo convierte en fanático, premia según docilidad y falta de escrúpulos. Enseña el mal y amenaza con vengarse del incumplimiento de las órdenes. El líder destructivo destruye en primera instancia a la persona, pues se hace obedecer por miedo o por compartir la corrupción: sus únicos motivadores. Humillar a los subalternos es parte del atractivo de ser jefe y hacerse temer es la regla de la obediencia irresponsable. Mauricio Ochoa Guerrero