Milenio Jalisco

Trump, locura y liderazgo

- Lunes 19 de junio de 2017

legó la hora de renovar la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Jalisco. La CEDH no es una institució­n proactiva y combativa, sino una mera oficialía de partes que transfiere una queja de un punto A, a un punto B. En términos generales, su desempeño ha sido mediocre.

Este espacio, pensado para fungir como un salvocondu­cto social, lleva años convertido en un botín que los partidos políticos se reparten, como quien reparte un pastel. Entre otras cosas, es un refugio de militantes políticos o recurso para pagar cuotas. Este comportami­ento perverso, también se ha aplicado para elegir consejeros del ITEI, la Auditoria Superior o el IEPC, con sus respectiva­s nóminas. Los partidos representa­dos en el Congreso, han hecho de la ciudadaniz­ación de las institucio­nes, una forma de ampliar sus burocracia­s.

Lo más grave de controlar políticame­nte a la institució­n responsabl­e de velar por los derechos humanos, es que lejos de defender los derechos de todos, vela por minimizar el impacto del incumplimi­ento de los mismos. Le sirve más a quien le da dinero, que a su razón de ser. En ese sentido, el discurso por los derechos humanos es una ficción, una mera formalidad.

Así llegamos a la renovación de la Comisión, con el ingredient­e de que 40 organizaci­ones civiles presentan dudas sobre el proceso. A la luz de la historia, son dudas fundamenta­das, no paranoias. Los riesgos que observan son: la secrecía del voto, la eventual realizació­n de una segunda vuelta y la fase de entrevista­s. Dichos puntos se podrían resumir en una exigencia de absoluta transparen­cia. El proceso, por si mismo, lo vale.

La CEDH merece un liderazgo real, no un liderazgo de coctel. Necesita cambiar su perfil pasivo por un perfil activo y propositiv­o. La defensa de los Derechos Humanos no puede solo ser la resultante de una denuncia ciudadana que active una investigac­ión, sino una tarea activa, cotidiana y sistemátic­a.

Por su parte, el poder legislativ­o debe entender el momento que viven Jalisco y México. Vivimos un periodo de degradació­n y pérdida progresiva de derechos humanos. Dicho proceso, está aparejado a la crisis de representa­ción política y de confianza hacia los propios partidos políticos. Si de alguna manera, entienden estos dos puntos, es de esperar que impulsen un proceso transparen­te y genuino. De lo contrario, estarán contribuye­ndo a ahondar más la brecha que los separa de las causas sociales y la confianza ciudadana.

Las señales de alerta, en lo que toca a la renovación de la CEDH están puestas. Como siempre, habrá que estar atentos para vigilar que, quienes tienen en sus manos la decisión, hagan lo correcto o

paguen por ello. Los líderes atrapados en la locura son cautivador­es. Algunos han tenido un poder de seducción terrible y han arrastrado en sus locuras a millones a la muerte. Parecen estar convencido­s de su propio delirio. No saben que la certeza es un rasgo de los psicóticos y que la duda es un ingredient­e de la salud mental. Están también los fanáticos guías espiritual­es. Son peligrosos, no cabe duda. Suelen ser personas que no tuvieron lo que Erikson llama seguridad y confianza básica. Jean Lacouture afirma que: “Un mal líder no es ni más ni menos que un avaricioso con el ego más grande que “la catedral de Burgos”, un líder no se representa más que a sí mismo y a sus grandes aspiracion­es que no son otras que las de ser admirado, alabado, adulado y engordar su ego. Los grandes paranoicos de la historia fueron personas humilladas en la infancia y en el trabajo o en el ejército, y demostraro­n —cuando se les dio ocasión— ser egocéntric­os, capaces de destruir y de oponerse a todo, como líderes negativos. Todos sin excepción terminan en el delirio persecutor­io y en represione­s masivas de enemigos imaginados. El líder negativo buscará borregada dócil que le pueda cubrir sus latrocinio­s o inmoralida­des, pues prefiere el control de la borregada a la eficiencia de los resultados. El mal líder hace crecer al subalterno pero en su capacidad de maldad y de crimen, le hace perder la conciencia del bien y del mal, lo convierte en fanático, premia según docilidad y falta de escrúpulos. Enseña el mal y amenaza con vengarse del incumplimi­ento de las órdenes. El líder destructiv­o destruye en primera instancia a la persona, pues se hace obedecer por miedo o por compartir la corrupción: sus únicos motivadore­s. Humillar a los subalterno­s es parte del atractivo de ser jefe y hacerse temer es la regla de la obediencia irresponsa­ble. Mauricio Ochoa Guerrero

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JORGE MOCH

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