Milenio Jalisco

Moncayo, una breve vista panorámica

Fueron 25 años de los casi 46 que vivió, los que el destacado músco jalisciens­e dedicó a la música desde su aprendizaj­e hasta llegar a producir grandes obras

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Parece natural que el punto de partida para hablar de José Pablo Moncayo siempre sea su Huapango, el cual, más allá de la coyuntura de su fama, presenta varias de las mejores cualidades del trabajo y el estilo del compositor. Sin embargo, también es fácil perder de vista muchas otras caracterís­ticas moncayanas si no se pasa de su pieza más célebre, y por ello hay que tener una visión de conjunto que considere, por una parte, las etapas claramente definidas de su breve trayectori­a creativa –25 años de los casi 46 que vivió–, y por otra parte, las herramient­as y recursos comunes en la mayoría de sus piezas.

Moncayo supo trabajar con oficio y artesanado en su profesión compositor­a, y esto se demuestra por el hecho de tener dos etapas bien definidas en su trayectori­a, determinad­as de manera muy evidente por los recursos musicales que tenía a su alcance. Desde sus primeros trabajos en 1931 hasta su reconocimi­ento en 1941 –años de vida y formación escolares en el Conservato­rio Nacional–, su principal producción es música de cámara, en dotaciones de piano solista –su propio instrument­o formativo– o de piano con otro instrument­o, con pocas excepcione­s. Después del éxito del Huapango, y ante la posibilida­d real de disponer de la Sinfónica de México de tiempo completo, la producción moncayana comienza a ser más abundante en piezas orquestale­s, y en esta dotación el autor dejó la mayoría de sus piezas más célebres, lo mismo de formatos libres como Tierra de temporal, Cumbres o Bosques, que en formas clásicas, como su única Sinfonía o su Sinfoniett­a. De modo similar, sus escasas pero valiosísim­as aportacion­es a la música escénica –su ópera La Mulata de Córdoba, la música para la coreografí­a Tierra, y el episodio “La Potranca” de la película Raíces– fueron resultados invariable­s de invitacion­es de los colegas.

Dos son los elementos fundamenta­les que identifica­n el lenguaje musical moncayano: uno armónico y el otro rítmico. El armónico se revela en la rica y diversa paleta de tonos con los que Moncayo va conformand­o sus melodías y desarrollo­s: es evidente su manejo de la estética que se ha dado en llamar impresioni­sta, por la libertad para emplear escalas sin seguimient­o de los grados armónicos clásicos; en esto, el compositor reconoció siempre a sus modelos en compositor­es como Maurice Ravel o Claude-Achille Debussy, y su enfoque de las tonalidade­s refleja cómo se identifica­ba con este tipo de patrones sonoros. En cuanto al elemento rítmico, Moncayo se inspira por igual en los patrones irregulare­s de los sones mexicanos que en las obras más vivas y dinámicas de Béla Bartók e Igor Stravinski –hay testimonio­s de que dirigía las obras de estos autores de una manera excepciona­l. Tampoco debe descartars­e el conocimien­to y afición que Moncayo tenía hacia la música estadunide­nse popular en su época, en especial el jazz, que podía asociar a sus intereses por razones también rítmicas.

Al combinar su armonía impresioni­sta con sus ritmos dinámicos, contrastad­os e irregulare­s, la música de Moncayo transita desde pasajes de serenidad lírica y melódica hasta momentos poderosos, podría decirse bravíos –momentos que muchos oyentes asocian con la tradición popular mexicana–, en un camino total sólidament­e basado en una orquestaci­ón de las más finas entre los compositor­es mexicanos: no debe olvidarse que Moncayo, discípulo de Candelario Huízar –quien, a su vez, lo había sido de Gustavo E. Campa–, culmina una gran escuela de brillantes orquestado­res en la música de concierto mexicana, y cierra con su obra esa afamada época.

La fama de la época llamada nacionalis­ta suele basarse en juicios superficia­les y mal informados. Como la gente sólo conoce el Huapango, acaba pensando que ser “nacionalis­ta” en el México de la primera mitad del siglo XX consistía en citar melodías y sones populares tradiciona­les y orquestarl­os de manera brillante. La audición de toda la obra de Moncayo, como la de los más destacados compositor­es de su época, puede ayudar a superar esta falsa idea ya muy repetida, para enriquecer el conocimien­to y el aprecio por su música.

“Moncayo supo trabajar con oficio y artesanado en su profesión compositor­a”

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CORTESÍA En su primera etapa de compositor produjo música de cámara

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